jueves, 19 de junio de 2025
CALENDARIO 2025-26
viernes, 13 de junio de 2025
"Kokoro" | Natsume Soseki | miércoles 18 junio | 20 h
A menos que desechemos
totalmente todo lo viejo y adoptemos lo nuevo, será difícil que alcancemos
igualdad con los países de Occidente. Aunque hacerlo así, va a debilitar el
espíritu vital que hemos heredado de nuestros antepasados y nos podrá dejar inválidos.
Natsume Soseki (1892)
LA FRAGILIDAD DEL CORAZÓN
Kokoro es una novela japonesa de ficción, sin embargo el hecho de que pertenezca a este género no impide que encontremos algunas referencias a acontecimientos históricos; y, desde luego, de lo que no cabe duda es de que está muy marcada por la experiencia y la vida de su autor. De la misma podemos decir que Natsume Soseki (1867-1916), hijo de una familia que lo daría en adopción para más tarde readmitirlo, vio morir siendo bastante joven a su madre y dos de sus hermanos, que se especializó durante sus años universitarios en literatura británica, país al que acabó viajando pero cuya pésima experiencia le llevó a un profundo desencanto y, en cierta medida, a volver a los “clásicos”, raíces que en cualquier caso nunca llegó a abandonar del todo , y que sus últimos años vienen marcados por una enfermedad que le tuvo al borde de la muerte varias veces. Debemos tener muy presente, además, que los años de su vida se ajustan casi perfectamente al Periodo Meiji, por lo que al morir el Emperador, precisamente cuando su salud más se deterioraba, es lógico que sintiese muy profundamente que se acababa una época, en cierta medida su época.
Estos hechos sin duda marcaron el
carácter de la que probablemente sea la mayor figura literaria del Japón
contemporáneo, e hicieron que su prosa se volviese más triste, más
desesperanzadora y, en cierta medida, más intimista, pero siempre respetando su
propio estilo, y es que “Soseki no perteneció nunca a ninguna de las corrientes
literarias que aparecieron durante los años en que escribió su obra”.
Kokoro es precisamente una obra
muy característica de lo ya apuntado. El relato está situado cronológicamente
en los últimos años del Meiji y dividida en tres partes. En la primera
conocemos el encuentro y la forja de la amistad entre el joven (narrador de la
mayor parte del libro) y un hombre mayor del que decide aprender lo máximo
posible, “Sensei” . Así, asistimos a los años universitarios del protagonista,
a las conversaciones que tiene con “Sensei” y a su creciente intriga por
algunas cosas que no acaba de comprender, principalmente el deliberado
aislamiento social del que hace gala su amigo y un pasado que claramente
esconde. La segunda parte acontece en la casa en la que nació y se crió el
protagonista debido a la enfermedad y posterior fallecimiento de su padre,
asistimos aquí a las presiones de sus progenitores por que encuentre un buen trabajo
(incluso sirviéndose de “Sensei”), a la muerte del Emperador y el suicidio del
general Nogi, y a la llegada de una carta del “maestro”, que en realidad es su
“testamento vital”, la confesión de su pasado. Efectivamente, cuando llega esa
carta a manos del protagonista “Sensei” afirma que ya se habrá quitado la vida,
por lo que decide revelarlo todo, y especialmente los dos hechos que le han
perseguido y atormentado toda su vida: que su tío le engañase en las cuestiones
relativas a la herencia que dejó su padre y que su mujer amigo acabase
suicidándose motivado por el hecho de que “Sensei” se casase con la mujer que
los dos amaban, un matrimonio que decidió arreglar a espaldas de su compañero.
Al final de la primera parte del libro vemos que el protagonista afirma darse cuenta de “lo frágil que es el ser humano” . La fragilidad del cuerpo es algo que queda patente en la larga enfermedad del padre (en clara semejanza con la del propio Soseki) y que también acabó con la vida de algún familiar de “Sensei”. Una enfermedad que se torna en mortalmente irreversible precisamente poco después de que todos creyesen que la situación del padre había mejorado con respecto a sus últimos desmayos, y una fragilidad corpórea que también acaba con la vida del glorioso emperador Meiji al poco tiempo de que acudiese a la graduación del protagonista.
Pero lo que más presente está durante toda la novela es sin duda lo frágil que es nuestro corazón, y cómo determinados acontecimientos cambian nuestra forma de ser o de actuar y nos marcan para siempre. Este tipo de fragilidad envuelve todo lo que rodea a “Sensei”: en el presente no sólo se ha alejado de la sociedad en un intento de expiar su culpa frente a un pasado al que es realmente incapaz de enfrentarse y asumir, sino que esta soledad y pena alcanza a su esposa, incapaz de entender lo que siente su marido, incapaz de ayudarle. Una soledad que para “Sensei” debe afrontar el hombre moderno como consecuencia del despertar del individualismo y de la conciencia “moderna”. Un despertar que, desde la perspectiva histórica, estaba realizando Japón durante la vida del autor y que para mucha gente creaba serios problemas de adaptación.
Ochiyo (Tamioka Eisen). Periodo Meiji
Por su parte, en el pasado, la fragilidad del corazón lleva al tío, una buena persona hasta entonces, a engañar al sobrino como ya se comentó, y a afectar profundamente, en cuanto al triángulo amoroso que desembocará en la tragedia principal, a la forma de ser del mejor amigo de “Sensei”, K, cuya incapacidad para relacionarse y abrirse a los demás le lleva a empezar a tener problemas de salud, y, sobre todo, a la imposibilidad de declararse a la “señorita” . Aspecto del que también peca “Sensei”, el cual, y pese a que consigue arreglar el matrimonio, hundido por los celos y la inseguridad es incapaz de explicar sus sentimientos a K, cuyo “corazón” no aguantará más.
Esta pesada carga, que impregna
de cierta nostalgia y varios silencios el relato, verá una salida en el
histórico suicidio ritual del general Nogi, alguien que también cargaba con
culpa desde hacía años y que se vio incapaz de querer seguir viviendo una vez
muerto su señor. Así, “Sensei” toma conciencia de que ha llegado su final y
decide escribir su última carta y quitarse la vida. En cierta manera la culpa y
la fragilidad les impiden vivir en los nuevos tiempos que llegaban con el fin
del Meiji . Algo de lo que, aunque en más de una ocasión le vemos padecer de
las mismas dudas e inseguridades presentes en todos los “corazones”, acaba
escapando el protagonista, ya que, pese a la situación familiar, coge la carta
y decide marchar a Tokio. Es el momento del relato en el que la fragilidad se
convierte en fuerza, dejando así, al menos, una puerta abierta al futuro.
HÉCTOR GÓMEZ PINOS | SEPTIEMBRE 2019
Fuente:
http://www.eumed.net/rev/japon/09/hgp2.htm
KOKORO, EL MANGA
En 2015 se publicó en castellano el cómic Kokoro, basado en la novela de Sōseki Natsume y traducido por Raquel Ramos Cudero: 200 páginas ilustradas en blanco y negro, con guion y dibujo de Nagi Yoshizaki.
viernes, 16 de mayo de 2025
"El gran Gatsby" | Francis Scott Fitzgerald | miércoles 21 mayo | 20 h
Me parece que la novela está bien como está. Quería llamarla
Trimalchio (está ambientada en Long Island), pero Zelda y todos los demás me
disuadieron.
Carta a Ernest Boyd, 1925
EL GRAN GATSBY:
LA ENCARNACIÓN DEL SUEÑO
AMERICANO
ALBA DEL REY ALONSO | 10
SEPTIEMBRE 2020
El final de la Primera Guerra Mundial supuso el surgimiento de un nuevo orden mundial en el que Estados Unidos aparecía como la nueva potencia emergente. La prosperidad económica del país durante la década de 1920 se vio reflejada profundamente en la sociedad. Así pues, los jóvenes norteamericanos vivían en una celebración constante llena de excesos y ambientada con jazz.
Primera adaptación al cine de la novela (Herbert Brenon, 1926)
El tema central de El gran Gatsby y, en general, de su obra literaria es el temor a que la prosperidad del país fomentara un cambio de mentalidad en la sociedad. Durante los felices años veinte, la exuberancia y el dinero fácil estaban acabando con los valores de épocas anteriores: la moderación y el trabajo duro. Fitzgerald no se limitó a criticarlo, sino que reconoció su atractivo; de manera que sus obras combinan la inmersión con la crítica. En concreto, a través de esta novela, el autor refleja los sentimientos y las motivaciones de la clase alta de la sociedad de los años veinte de forma crítica y pesimista. En aquel momento, en este estrato social, se hacía una diferencia entre aquellos que eran ricos porque habían heredado dinero y aquellos que lo eran porque de algún modo habían adquirido grandes fortunas en poco tiempo. Por un lado, Tom Buchanan, el marido de Daisy, pertenece al primer grupo. Su vida acomodada alimenta su laxitud; Tom es infiel, y Daisy es infeliz, pues se resignó a casare con él únicamente por el dinero y sufre porque es conocedora de su deslealtad.
Estos dos personajes
representan la falta de moral de la sociedad. Por otro lado, Gatsby pertenece
al segundo grupo. A diferencia de la pareja, este personaje es inconformista y
derrocha optimismo; cree que todo se puede lograr y no pierde la esperanza
nunca. Es un hombre que se ha hecho a sí mismo con el objetivo de alcanzar su
sueño: recuperar al amor de su vida. De esta manera, el autor hace que Gatsby
sea la encarnación del sueño americano, una de las principales creencias de la
cultura norteamericana que establece que, en Estados Unidos, todo el mundo
puede tener éxito y ser feliz si se esfuerza. Sin embargo, en este caso, el
vacío moral de esa sociedad, que permanece oculto para Gatsby debido su
espejismo con respecto a Daisy, termina corrompiéndolo.
Para narrar la historia de
Gatsby, Fitzgerald crea a Nick Carraway, un narrador testigo, ya que no
protagoniza los hechos, pero los presencia. Su honradez y su proximidad con los
personajes lo convierten en el narrador ideal, puesto que se relaciona con todos
los individuos implicados en la historia, proporcionando así una perspectiva
completa. Además, su inocencia y su primer contacto con esa sociedad procuran
una representación objetiva del mundo neoyorkino. Nick es esencial en la
creación del mito que rodea a Gatsby, ya que engrandece su figura. Él admira su
capacidad para infundir esperanza y, gracias a su historia, comprende la falta
de moral de ese mundo.
En cuanto a su estilo, Scott
Fitzgerald destaca por su prosa distintiva. Las capacidades poéticas de esta y
el uso de metáforas extendidas le permiten simbolizar y ahondar en las
personalidades de los personajes, expresando así su lamento por la sociedad
moderna. Cabe destacar una de las imágenes más memorables de El gran Gatsby: la
luz verde que emerge del embarcadero de la casa de Daisy, y que Gatsby observa
desde la orilla. Este elemento representa su sueño y, por lo tanto, su futuro,
que al igual que la luz, resulta ser inalcanzable. Además, evoca imaginación y,
en efecto, finalmente, se demuestra que la idealización de Daisy ha llevado a
Gatsby a vivir por y para una fantasía. Por otra parte, el autor consigue un
ritmo narrativo rápido gracias al empleo de diálogos ágiles que se alternan con
la recreación sensorial del ambiente. Así, consigue retratar a la perfección el
frenesí de aquel período.
Fitzgerald murió en 1940 creyendo
que El gran Gatsby era un verdadero fracaso debido a las malas críticas que
había recibido y a las pocas copias del libro que se habían vendido en
comparación con el resto de sus obras. Sin embargo, el paso del tiempo ha
permitido apreciar la calidad de esta obra literaria. El interés por la
historia ha hecho que El gran Gatsby haya sido adaptada a la gran pantalla en
varias ocasiones. Destacan la adaptación cinematográfica de 1974, que cuenta
con el guion de Francis Ford Coppola y en la que Robert Redford encarna a Gatsby, y la versión más reciente, la de
2013, que fue dirigida por Baz Luhrmann y protagonizada por Leonardo DiCaprio.
Esta última conserva la acción de la novela, pero la puesta en escena rompe con
el realismo de las versiones anteriores planteando una estética colorida y
excesiva.
La representación del fracaso del
sueño americano y el fiel retrato de los felices años veinte, junto con el
impecable estilo de Fitzgerald y su habilidad para dotar a sus obras de cierto
aire fantástico han hecho que El Gran Gatsby sea considerada una de las grandes
novelas norteamericanas del siglo veinte.
Fuente: https://revistacontrapunto.com/la-encarnacion-del-sueno-americano-el-gran-gatsby-f-scott-fitzgerald/
jueves, 24 de abril de 2025
"Los que escuchan" | Diego S. Aguilar | miércoles 30 abril | 20 h
LOS QUE ESCUCHAN: EL RUIDO Y LA FURIA (ANTI)CAPITALISTA
CRISTINA GUTIÉRREZ VALENCIA | CUADERNOS HISPANOAMERICANOS | 1 DICIEMBRE 2023
«Ser el niño que ausculta su presente»
María Alcantarilla
En la novela Desierto Sonoro, Valeria
Luiselli sitúa a una pareja de documentalistas sonoros que viajan con sus dos
hijos por el desierto de Arizona para grabar sus respectivos proyectos,
transgrediendo la asociación tradicional entre desierto y silencio. Es el
desierto de Sonora, no en vano. En Los que escuchan, la segunda novela de Diego Sánchez Aguilar (Candaya,
2023), esta búsqueda del sonido en el desierto viene protagonizada por Ulises,
en un viaje de ida y vuelta -no podía ser de otra manera- al desierto de
Nevada, donde hace pruebas de ingeniería de sonido siguiendo el rastro de The
hum, el Ruido que él oía desde niño, y el que oyen Esperanza, compañera en el
activismo climático y artístico y en la vida, y la hermana, el sobrino y el
padre de ella. El lugar al que viaja es el emplazamiento de las pruebas
nucleares de EE.UU., que está situado a unos 100 km de Las Vegas: la cuna de la
mayor potencialidad de autodestrucción humana y el icono del capitalismo
extremo encarnado en simulacro. Como todos los nombres, historias y detalles de
esta novela, cada elemento se vuelve significativo en una narración que se
sumerge en el desierto de lo real, como diría Žižek, pero buscando igualmente, como
moneda al aire -el capital siempre presente-, la cara solitaria de ese habitar
el solipsismo y la cruz política del ruido colectivo en el que habitamos. Es la
escritura bifaz de un realismo metafísico contemporáneo.
Diego Sánchez Aguilar ya se presentó como un escritor político en Factbook. El libro de los hechos, su primer
proyecto narrativo extenso, con el 15M, la violencia contra una oligarquía que
aparecía ahorcada en los toros de Osborne del paisaje español, una distopía tan
realista que asustaba y el activismo a través de redes sociales y Change.org.
Esta, sin embargo, es una obra más ambiciosa, más compleja en su forma -en su
decir el mal, decir el caos, decir la soledad, decir lo común-, en su hilvanado
de relatos (la estructura narrativa como hilván que prepara lo que ha de ser
cosido en la lectura, el llamado principio de actualización de lo literario),
en su desasosegante efecto de acúfeno de la vida. El ruido mental que genera
esta novela es una tentativa de narrar el presente en toda su significación.
En este sentido, no es casualidad que lo que une a los personajes de Los que escuchan sea el ruido acuciante que oyen en su interior. Antonio Méndez Rubio, en La escucha actual, señala que «decir que la escucha es siempre actual implica entrar en lo real que suena, o dejar que lo real entre por el oído, o sea, volver viable la apertura de un entre, de un intervalo o intersticio, o de una interferencia, en virtud de lo cual el código de lo previsible se desestabiliza hasta ceder el paso a la inminencia de lo tal vez nuevo». Nietzsche decía que el oído es el órgano del miedo, y este y la ansiedad son las dos grandes pulsiones de la novela, cual tinnitus pulsátil, pero ascienden, como el ruido de los acusmáticos, del individuo a lo colectivo, son elementos intersubjetivos. Lo vemos en el sonido/silencio de la caracola que Esperanza acerca a su oreja de pequeña, atemorizándola, y que de adulta se convierte en pesadilla íntima y global -conectando con el desierto de Nevada y las pruebas nucleares-: «Su hermana se agachaba y cogía una caracola y le decía a su madre: “Mira, esta era Esperanza: está vacía”» («tú que no tienes nada» es la reiteración obsesiva de una de las escenas del libro). Y cuando Esperanza se puso la caracola en la oreja escuchó el silencio extenso y profundo y entonces miró a su padre y le preguntó qué pasaba y su padre le dijo: «“La explosión ha consumido todo el oxígeno”; y miró hacia donde señalaba su padre y vio un hongo atómico que estaba ahí, detenido, como una montaña, un elemento inmóvil del paisaje».
Este pulso rítmico ansioso viene marcado por un narrador omnisciente que
controla todo el tejido narrativo y que articula las escenas a su gusto,
utilizando siempre el tiempo presente (“la escucha es siempre actual”,
recordemos). Esta dicción poco frecuente en la literatura última maneja tanto
la visión totalizadora de la voz satírica que sobrevuela a los mandatarios de
la Cumbre del clima como las transcripciones de la radio clandestina y algo
enloquecida de Ulises y los acusmáticos y las focalizaciones específicas de los
personajes protagonistas: las hermanas Esperanza y Asunción, sus padres
-novelista él, enferma de alzheimer ella- y el hijo de Asunción, Andrés. Las
escenas dedicadas a cada uno utilizan diferentes tonos, encuadres y fraseos, a
veces la voz suena más metálica, otras más lírica, y en general, densa y
saturada (oraciones largas con subordinaciones, ritmo acelerado,
sobreinformación). Todas ellas van marcando, a través de distintas técnicas, la
variedad de ansiedades tardocapitalistas que nos acechan: la ecoansiedad de Esperanza
por el cambio climático conecta con el personaje de Ulises y el activismo de
ambos, pero también con la Cumbre del clima y los asesores de los miembros del
G7, que parecen extraídos de la serie Parliament, con una carga paródica
evidente hacia los participantes, probablemente los únicos deshumanizados de la
obra, incluso en sus denominaciones, metonimias de sus países, pero también
hacia otros agentes del conflicto, a través de la niña activista climática que
tiene en jaque (mate, a veces) a los políticos, «La Puta Ciega» Sonja Horesen.
La ecoansiedad de Esperanza se entrelaza con la ansiedad del fracaso vital por
no haber construido una vida satisfactoria y volver a la casa paterna a cuidar
de la madre enferma, donde encuentra su vieja camiseta con el lema «No Future»,
que une ambas ansiedades. La ansiedad de su hermana Asunción es la laboral:
tras cambios en su empresa, la presión por la productividad y la eficacia sacan
a la protagonista de su aparente vida acomodada de urbanización burguesa y
comienza el ruido. Su hijo Andrés, de 12 años, siente la ansiedad de encajar y
no ser engullido en su nuevo centro escolar, y la ansiedad del éxito, la de
sobresalir en el deporte y los estudios, que le imponen sus padres. Las
sucesivas focalizaciones en estos tres personajes contienen algunos fragmentos
destacados de la novela, con flujos de conciencia y pensamiento muy
conseguidos. La ansiedad que se aprecia en los mensajes de la radio clandestina
va por otro camino, pues aunque conecte con todas las otras ansiedades
mencionadas, en sus ondas se capta la ansiedad de la locura, y de ahí su pugna
también con el lenguaje -el gran antagonista de la obra, siempre a la contra-,
con un discurso en primer lugar repetitivo, obsesivo, con la superposición de
voces (el profeta, el filósofo, la niña) y el llamado «antidiccionario», que
subvierte los términos del léxico común para crear un idiolecto que pretende
ser viral.
Las relaciones paternofiliales y familiares en Los que escuchan son
dificultosas («La familia es el opio del pueblo», dirá un personaje): la
vergüenza por el padre convertido en «artista de la mierda», los cuidados a la
madre, el hijo especial de una pareja pragmática, etc. La filiación literaria
de la novela, sin embargo, puede rastrearse con más facilidad, al menos en
algunos casos: el White Noise de Don DeLillo por su ruido
de fondo de emergencia capitalista y la sensación de pánico; David Foster
Wallace por un psicologismo actualizado que busca representar el solipsismo y
por el tipo de oración extensa y ansiosa, a veces por la creación y reiteración
de sintagmas («Cara de Decepción»); algunos escritores políticos españoles que
también tratan de aprehender el presente: Javier Moreno, Cristina Morales,
Víctor Balcells, Bruno Galindo, Isaac Rosa, a veces Marta Sanz, etc.; en
algunos fragmentos, aquellos que recrean las instalaciones artísticas de Ulises
y Esperanza, escritores españoles que se han interesado por el arte desde la
novela, y no han temido teorizar sobre ello ni citar a teóricos desde esa
posición (aquí Deleuze y Jameson), como Miguel Ángel Hernández y Vicente Luis
Mora; y por último, especialmente, Cervantes, por sus narraciones superpuestas
e insertas: las escenas sucesivas serían prueba suficiente, pero además, esta
filiación se hace explícita cuando, después de contar que el padre de Asunción
y Esperanza les leía el Quijote en la infancia, se inserta el relato de una de
las novelas del padre, El órgano, una de las mejores piezas de la obra de
Sánchez Aguilar, una narración fantástica donde un músico que solía hacer sonar
la música de las esferas, tras estallar la guerra y pasar por el frente
perdiendo a su familia, toca un órgano hecho de órganos, de vísceras y tejidos,
que produce un ruido que suena al mismísimo mal.
La camiseta de Esperanza rezaba «No Future». La sensación de algo inminente
recorre la novela, pero el videojuego educativo al que juega Andrés es capaz de
adivinar el futuro, aunque no se nos revele. La Cumbre del Futuro es pura
fachada, su nombre, el producto de horas de trabajo de profesionales del
branding. La obra termina con una carrera, pero esta novela no es una huida
hacia adelante, donde no sabemos si habrá un futuro, sino una indagación honda
del presente sobre el que la narración pretende deslizarse.
Fuente: https://cuadernoshispanoamericanos.com/los-que-escuchan-el-ruido-y-la-furia-anticapitalista/
ENTREVISTA A DIEGO SÁNCHEZ AGUILAR
IGNACIO FORNET - EL COLOQUIO DE LOS PERROS | 19 OCTUBRE 2023
Resulta difícil expresar en pocas líneas la esencia de Los que escuchan
(Candaya, Barcelona, 2023), la nueva novela de Diego Sánchez Aguilar, porque,
al enfrentarnos a ella, nos queda la sensación de que estamos ante una de esas
lecturas verdaderamente importantes que escapan de modas o etiquetas fáciles.
La densidad de los temas tratados, una prosa compleja, catártica, y, sobre
todo, la sensación de que nuestra mirada se ensancha después de su lectura la
convierten en una de las propuestas más estimulantes del nuevo curso literario.
Novela sobre el colapso a todos los niveles: el de nuestro cuerpo ante el
rigor del tiempo, el del individuo sometido a las rígidas leyes de la
productividad del capitalismo más exacerbado y, en definitiva, el de la propia
humanidad que sufrirá las consecuencias de un cambio climático que parece
irresoluble. Y todo ello desde tres focos que acaban confluyendo de una forma
perfecta: el trabajo de los asesores políticos de los dirigentes de las grandes
potencias mundiales, atónitos ante un inexplicable acontecimiento vivido en la
última cumbre climática internacional; la peripecia de dos hermanas que se
enfrentan a los cuidados de una madre senil, con caracteres radicalmente
opuestos pero unidas por una extraña sensación auditiva que parece repetir el
proceso que llevó a su padre, un escritor maldito, a la locura; y la voz
alucinada del dirigente de “los acusmáticos”, una misteriosa secta que parece
haber encontrado en el sonido unas propiedades que van más allá de los límites
de lo racional.
Pero Los que escuchan es mucho más que todo esto, vamos a acercarnos a sus
claves charlando con Diego.
—EL COLOQUIO DE LOS PERROS: Diego, parafraseando a Adorno, ¿es posible
escribir novela si pensamos en el futuro que nos deparará el calentamiento
global?
—DIEGO SÁNCHEZ AGUILAR: En mi caso, no solo es posible, sino necesario. El
motor inicial de esta novela era una pregunta sobre el futuro. Está la famosa
sentencia de Jameson: «Es más fácil pensar el fin del mundo que el fin del
capitalismo»; ante ella, se me planteaban dos actitudes: asumirla como verdad,
o rechazarla y buscar algún atisbo de esperanza. De ahí salen Esperanza y
Asunción, las dos grandes protagonistas de la novela. Y de ahí también surge
Ulises y la secta de los acusmáticos, que tiene una relación muy especial con
el futuro.