"En La Celestina encontramos, por primera vez, una inversión de la jerarquía de valores que influirá luego, decisivamente, en la creación de la picaresca. Hasta entonces, en las novelas u obras dramáticas el amor entre los personajes se desenvolvía en un doble plano: amor ideal y sublimado, a lo Petrarca, entre los señores; amor carnal, «bajo», entre los servidores y personajes humildes. Américo Castro ha subrayado con acierto que en la obra de Rojas, mientras prostitutas como Elicia y Areusa se hacen cortejar como grandes damas, el amor de Calixto por Melibea es de un orden claramente sexual, teñido incluso de ciertos ribetes de sadismo: «No me destroces ni me maltrates como sueles —suplica Melibea—, ¿qué provecho te trae dañar mis vestiduras?». Las cortesanas se burlan alegremente de la elevada condición de la heroína y, expresando el sentir común de los conversos, condenados por la opinión cristiano-vieja, Areusa proclama: «Ninguna cosa es más lejos de la verdad que la vulgar opinión... Ruin sea quien por ruin se tiene; las obras hacen linaje, que al fin todos somos hijos de Adán y de Eva».
Si Fernando de Rojas se sirve de dos meretrices para exponer el punto de vista de los cristianos nuevos (él mismo era ex illis), Melibea y, sobre todo, Calixto encarnan, a su manera, el agudo conflicto que opone el antierotismo cristiano y la sensualidad musulmana. El personaje de Celestina, la vieja alcahueta, entronca con la literatura arábiga de Al-Andalus: morisca sin duda, como todas las hechiceras de la época, Celestina será el instrumento necesario para satisfacer la imperiosa y brutal pasión de Calixto. Éste, aunque noble y caballero, es ya, como los españoles futuros, una víctima de la lucha entre dos civilizaciones opuestas: la mahometana y la cristiana. Calixto tiene la sensualidad desbordante del musulmán y la conciencia atormentada del cristiano, o, si se quiere, un alma de cristiano y un cuerpo árabe. Desde la época de los Reyes Católicos, los escritores españoles suelen atribuir todos los desvíos, errores y herejías al sexo (Menéndez Pelayo es un ejemplo típico) y, en 1555, fray Felipe de Meneses no vacilaba en escribir: «Esta inclinación a la sensualidad, a mi juicio, no es natural de la nación española»; pero la realidad era muy otra, y los españoles de entonces, como los de ahora, viven en su carne y espíritu el insoluble conflicto. El pecado inherente al placer sexual encuentra un símbolo en la figura físicamente odiosa y repugnante de Celestina: en Calixto hallamos, en germen, el mito futuro de don Juan, que, desde Tirso a Zorrilla, fluye a lo largo de la literatura española y alcanza, a partir del siglo XVIII, dimensiones universales. Don Juan no es un homosexual que se ignora, como pretendía Marañón: es el resultado de la dualidad cristiano-musulmana y, por tanto, un personaje esencialmente español a quien la nostalgia del harén lleva a buscar su presa en la comunidad femenina que exteriormente más se le asemeja: el convento. Calixto y don Juan no podían surgir sino en España y, como don Quijote y los antihéroes de la picaresca, son una expresión literaria de la convivencia secular de españoles cristianos, musulmanes y judíos, convivencia cuya supresión ha marcado de modo profundo el carácter español y cuyas huellas advertimos aún en nuestros días."
(Juan Goytisolo, España y los españoles)
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