CLUB DE LECTURA VIRTUAL
viernes, 9 de abril de 2021
"Doña Perfecta" (Benito Pérez Galdós) | miércoles 14 de abril | 20 h
lunes, 15 de marzo de 2021
"La edad de hierro" (J. M. Coetzee) | miércoles 17 de marzo | 20 h
A partir del encuentro entre la señora Curren y Vercueil se genera una singular relación de apoyo y dependencia. Ella necesita saberse útil a pesar de su enfermedad terminal; además, su beneficencia le sirve para marcar un contrapunto personal con su entorno, que parece arrojarse de cabeza a la hecatombe de la más atroz lucha de exterminio racial. Él se deja cuidar desde la dudosa certeza de una consciencia vapuleada por los malos tragos (los de la vida y los de la botella), recibiendo un afecto cuya existencia había olvidado hacía ya mucho tiempo.
sábado, 13 de febrero de 2021
"Grandes esperanzas" (Charles Dickens) | miércoles 17 de febrero | 20 h
CLUB DE LECTURA VIRTUAL
En los libros de Dickens llueve. Y hay niebla. No es que sean grises, deprimentes o tristes, al contrario, esta en particular es una novela por momentos incluso divertida, pero “como el musgo que le sale sin que nadie lo siembre”, en palabras de Andrés Trapiello, el prologuista, la melancolía está presente y es consustancial al alma misma de esta historia. En las novelas de Dickens llueve y hay niebla porque en la Inglaterra victoriana llovía y había niebla y porque en la vida llueve y hay niebla, y las novelas de Dickens son la Inglaterra victoriana y son la vida de ese periodo. Phillip Pirrip, “Pip”, el protagonista que vive en este libro, nos transmite cierta melancolía, cierto desasosiego, pero el vehículo en el que lo hace es un regalo inolvidable, una experiencia de las que le reconcilian a uno con la literatura y con la vida. Porque es triste, sí, pasan cosas horribles, es cierto, ¿pero acaso no es hermosa?
La peripecia vital de un niño al que un bienhechor anónimo protege y al que le hace evolucionar desde un ambiente de miseria hasta el éxito social conforma el esqueleto de un libro que es una feroz crítica a la sociedad de la época. Los personajes, tan magistralmente compuestos que no es que sean tópicos sino que han dado origen al lugar común hoy aceptado para la época, ayudan a construir una novela de esas para las que en toda librería que se precie se debe reservar un espacio para cuando al destino se le antoje colocarla allí.
La contradicción aparente que tan a menudo es el motor narrativo que sustenta la acción del relato, es que a medida que el éxito social y pecuniario va llegando, la dicha, la plenitud interior del protagonista va desapareciendo. Por lo demás, salvo la identidad del bienhechor anónimo, no hay grandes misterios en la historia. Pasan cosas, claro que pasan, y muchas, ¿y a quien no le pasan a lo largo de una vida?, pero más allá del planteamiento medular no hay alardes narrativos, tramas excesivamente complejas, vuelcos insospechados ni ritmo trepidante. En su lugar tenemos entre manos una hermosa narración de una vida de ficción que transcurre todo lo plácida o sobresaltadamente que puede transcurrir una vida real, con sus éxitos, sus sinsabores y sus fracasos, sus amores y sus desamores.
El tono es ligeramente moralizante, a la larga las buenas acciones tienen su premio y las malas su castigo y el final, si no es feliz o al menos no es un final feliz al uso, deja buen sabor de boca. Y eso, que como norma general acostumbra a ser un handicap en la literatura, no es en este caso en absoluto molesto ni incómodo, lo que debe anotarse en el haber del autor.
El título original es en realidad “Grandes expectativas”, que es más ajustado al contenido del libro, pero desde su primera edición en castellano se tradujo como “Grandes esperanzas”, que es menos certero pero bastante más bonito y creo que ayuda más a acercarse al libro porque expectativa es un término un tanto más frío que esperanza. En cualquier caso me parece interesante señalar que el autor utilizó “expectativas”, y sabía muy bien lo que hacía.
Magníficos, por cierto, los dibujos de Francesco Clemente, que son un personaje más de una película en la que Phillip Pirrip se transforma en Finnegan Bell, que conoce el éxito como pintor en el New York de final del siglo XX.
El resto es la trama, y no conviene hablar mucho de ella, quien al final decida leerla agradecerá mantener esa mágica capacidad de ir descubriéndola por si mismo.
Andrés Barrero
https://www.librosyliteratura.es/grandes-esperanzas.html

viernes, 8 de enero de 2021
"Alegría" (Manuel Vilas) | miércoles 13 de enero | 20 h
MANUEL VILAS, PORQUE LA VIDA NO ES MARAVILLOSA
El poeta y narrador despliega en 'Alegría' un libro poético y electrizante que no es secuela de 'Ordesa', sino una nueva y dura mirada al mundo
Manuel Vilas acudió a la cena del Planeta con una corbata azul oscuro con ligeros destellos de luz blanca. Había en la elegancia de su traje una dignificación no sólo de la ocasión y el lugar, sino también de la literatura que encarna y representa. Porque la última escritura de Manuel Vilas, la que empezó con la multipremiada Ordesa -traducida ya a 14 idiomas- y casi cierra un ciclo en Alegría, es una dignificación del dolor y la pérdida y de cuantos procesos nos acucian para salir adelante. Hay que hablar de Ordesa para hablar de Alegría porque ha sido Ordesa la novela que lo ha traído hasta aquí. Y como hablamos de literatura autobiográfica, ese aquí es literario y extraliterario, es vital y es su premio finalista, es su corbata exacta y vertical como la narración de una caída y su propio rescate. Quien espere encontrar en Alegría una nueva Ordesa se decepcionará, aunque sólo parcialmente. Alegría puede leerse, más que como una segunda Ordesa, como su consecuencia natural. El hombre que nos ha narrado su descomposición como individuo ante el derrumbe de su matrimonio y el cerco corrosivo del alcohol, como padre al que se le escapan sus hijos y como el hijo que vive protegiendo la ausencia sagrada de sus padres, se ha encontrado a sí mismo, porque encontró el asunto y lo escribió. Vilas no elude la comparación con Ordesa en Alegría y se afianza en esa referencia. Porque quien no haya leído Ordesa no podrá comprender ni el mundo de fractura restaurado ahora, ni esta edificación solar que lo redime desde nuevos cimientos.
Porque hay algo solar en Alegría. Hay algo sanador. Los temas son los mismos, pero en otro momento biográfico: el protagonista va pasando por los aeropuertos y los hoteles del mundo gracias al éxito de su anterior novela, con el foco siempre colocado en España y en Estados Unidos, especialmente Iowa y Chicago. Hay un enfoque nuevo que es punto de giro sobre su narrativa: el estado de ánimo. Porque todo lo que en Ordesa es desgarro y es demolición, lo que da a su escritura un íntimo fulgor de intensidad dramática en esa narración colectiva no sólo de la caída de la clase media, sino del acabamiento personal que todo ser humano ha de vivir para reconocerse en sus cenizas, en Alegría se vuelve una aceptación plácida de cualquier existencia. Es decir: tras la mayor zozobra, con su alta fiebre, con los huesos crispados de coraje interior y la agonía agarrada entre la uña y la carne, uno viene a entender que estamos vivos, que nuestros padres o sus ausencias viven, que nuestros hijos viven, y que nuestra escritura vive y no perecerá; pero no por el absurdo de la posteridad, sino precisamente porque todo cuanto una vez vivió y significó algo para alguien alcanzó su pasión, su dignidad provista de un sentido infinito.
«Todo eso que amamos y perdimos, que amamos muchísimo, que amamos sin saber que un día nos sería hurtado, todo aquello que, tras su pérdida, no pudo destruirnos, y bien que insistió con fuerzas sobrenaturales y buscó nuestra ruina con crueldad y empeño, acaba, tarde o temprano, convertido en alegría». En este comienzo portentoso está el libro, con esa sombra alada y protectora en la cita de José Hierro. Porque Manuel Vilas es un poeta eléctrico desde su testimonio en la arena de vivir también en sus novelas, que son poemas en prosa con vértigo en la sangre. Por eso ha levantado un decir propio con Barbastro erigido en epicentro de la confesión, entre momentos estelares como el sueño de la paella familiar con Lorca tocando el piano, porque Lorca es España.
Manuel Vilas no huye del espejo y se encuentra consigo mismo y con nosotros. Nos anuncia que quizá acabaremos en una casa de la periferia, olvidados y solos, y que el tormento psíquico es el peor de los males; pero todo merecerá la pena, aunque seamos los seres más indefensos de la Tierra, porque los hijos llevan a la mejor luz en una habitación de hotel en Chicago, restaurando el gesto de fragilidad al dormir de aquellos niños que fueron. Alegría es el don de ser hijo y de ser padre o la distancia de años luz entre cuanto tuvimos y la futura ausencia que seremos.
«Lo peor que le puedes preguntar a un padre o a una madre que ve poco a sus hijos es cómo están sus hijos», escribe. Es verdad. Pero hay que defender nuestra alegría diurna con bocanadas de aire. Porque se sale adelante, porque la vida siempre nos protege de nosotros y de nuestros abismos.