martes, 16 de enero de 2018

"La silla de Elías", de Igor Štiks (miércoles 17, 20h)




"Siempre digo que tuve que resolver primero un problema moral antes de empezar a escribir 'La silla de Elías'. Como no viví el asedio de Sarajevo y abandoné mi ciudad -todos los refugiados compartimos esa culpabilidad por haber dejado atrás a la familia y los amigos-, tenía que preguntarme qué derecho tenía yo a escribir sobre Sarajevo”.                                                                                                                                                                                                                                    IGOR ŠTIKS


Igor Štiks (Sarajevo, Bosnia-Herzegovina, 1977) no es un autor desconocido en nuestro país. La editorial Funambulista ya editó su primera novela, 'Un castillo en la Romaña', que alcanzó un gran éxito y obtuvo premios en diferentes países. Ahora Destino nos ofrece 'La Silla de Elías', (premios K. S. Gjalski, Kiklop), narración que, como en la primera, basa el autor en su experiencia personal, la guerra que vivió a los quince años, en Sarajevo. Stiks, que escribe en croata y vive entre París y Chicago, está marcado por el dolor que sufrieron los ciudadanos de Sarajevo. 


                        


Richard Richter, un reconocido escritor austriaco, acaba de separarse y se encuentra en plena crisis intelectual. Tras veinte años de ausencia, regresa a su Viena natal, a la casa de su tía en donde vivió de niño. Allí, al tirar un tabique, descubre una carta escrita por su madre en 1941 dirigida a un tal Jacob Schneider, un judío de Sarajevo y el verdadero padre de Richard. Ante este hallazgo, Richard viaja a Sarajevo en busca de sus raíces. 

Estamos en 1992 y la ciudad se encuentra asediada por las milicias serbias. Un día, en una sinagoga, sentado en la silla de Elías -silla destinada a la circuncisión de los niños- conoce a Simón, un viejo que junto con Alma, una actriz de teatro con la que vive una historia de amor, le conducen hasta Schneider. 

'La silla de Elías' es una novela densa, inteligente, reflexiva y muy bien escrita. Consigue unir un argumento entretenido, con la historia real del Sarajevo asediado. Lo que hoy en día ignoramos al leer los desastres mundiales, la literatura nos lo muestra, al descubrirnos las voces humanas que se esconden en ellos. A través de esas voces, Igor Štiks ofrece otro punto de vista del que encontrábamos en los periódicos occidentales, la visión de los bosnios, de los que vieron y vivieron, y decidieron quedarse. 

Fuente: http://www.elcultural.com/revista/letras/La-silla-de-Elias/23735















Igor Štiks nació en 1977 en Sarajevo (Bosnia y Herzegovina). En 1992 huyó de la guerra en Yugoslavia y después de estudiar Filosofía en Francia se graduó en Ciencia Políticas en Escocia. Actualmente es investigador en la Universidad de Edimburgo y trabaja en el proyecto CITSEE (Europeización de la Ciudadanía en los Estados Sucesores de la Antigua Yugoslavia).


                                                   

Ha escrito la novela 'Un castillo en la Romaña', por la que recibió el premio Slavic al mejor escritor novel croata en 2000, y que en 2005 fue traducida al inglés y al castellano. Su segunda novela, 'La silla de Elías', recibió varios premios literarios en Croacia y ha sido traducida a doce idiomas. En 2017 publicó su tercera novela, 'Rezalište'.

Ha escrito y publicado también poesía y ensayo.


                                                   



ENTREVISTA  

«Algunos escritores de los Balcanes usaron la tinta como munición»

Alejandro Luque.
Sevilla · Feb 2011

El escritor croata Igor Štiks reflexiona sobre el papel de los intelectuales en los conflictos de los Balcanes.

Igor Štiks (Sarajevo, 1977) representa a una nueva generación de intelectuales que apenas eran unos chavales cuando estalló la guerra en los Balcanes, y que han madurado en el exilio sin renunciar a participar en el debate sobre la situación política, social y cultural de la antigua Yugoslavia.

Criado en Zagreb y acogido en París, actualmente reside en Edimburgo. Desde los 19 años fue publicando artículos y ensayos en diversos medios croatas, bosnios, serbios, macedonios, eslovenos... Hasta 2001 fue reportero cultural de la revista croata Zarez.

Descubierto gracias al premio Slavic que recayó sobre su primera novela, 'Un castillo en la Romaña' (2001, traducido ya al alemán e inglés), su consagración llegó con 'La silla de Elías' (2006), elegido mejor libro croata del año. La pasada semana visitó Sevilla invitado por la Fundación Tres Culturas, y accedió a conversar con M'Sur.

Usted nació tres años antes de la muerte de Tito. ¿Qué diferencia a su generación de la de sus padres, que sí vivieron de lleno la dictadura? 
Por lo general fuimos más abiertos de mente, y más liberales, por haber crecido en el sistema político de los años 80, muy diferente del anterior, que nos permitió acceder a muchas cosas nuevas: música, películas… Recuerdo que desde los Juegos de Invierno de Sarajevo, en 1984, hasta comienzos de los años 90, había una gran sensación de ebullición, un optimismo que nos llevaba a pensar que las cosas iban a cambiar del todo. La guerra destruyó esos sueños: fuimos de lo más alto al abismo.

Usted tenía 15 años. ¿Podría decirse que la guerra le hizo escritor? 
En cierto modo sí. La guerra cambió nuestras vidas, el paisaje político y cultural. Nada sería lo mismo a partir de entonces. Y es muy difícil rehuir todo eso cuando empiezas a escribir. Yo lo intenté, desde luego, hasta que en mi segunda novela, cuando ya estaba viviendo en París, sentí que algo me tocaba la espalda y me decía: “Eh, tienes que enfrentarte a todo esto.Tienes que volver sobre aquello que has dejado atrás…”

Es curioso que en sus novelas su tierra esté siempre presente, pero desde puntos de vista externos: Italia, Viena… ¿A qué se debe? 
Cuando asumí que quería volver sobre mi país, supe también que quería hacerlo con ojos diferentes. Quería mirar con los ojos de un extranjero. En cierto sentido, es más fácil para mí, por lo traumático que puede ser enfrentarte a todo eso desde dentro. Pero también me ayuda a redescubrir el país que dejé atrás. Cuando vives en el extranjero, constantemente descubres cosas que antes no veías. Ivo Andric solía decirlo: “Puedo ver a Bosnia mejor desde fuera”.

¿Es por eso que la mayoría de los escritores que salieron de la ex Yugoslavia no han regresado? 
El exilio tiene esa dificultad añadida: pasa el tiempo y, al tiempo que empieza tu nueva vida en otro lugar, tu viejo país está cambiando, se vuelve diferente. Y puede suceder que la nueva tierra no llegue nunca a ser un hogar, en tanto la tierra de origen se vuelva extraña. Y tú vives entre una y otra, en mitad de ninguna parte. Es lo que creo que le ha sucedido a Aleksandar Hemon, a Dubravka Ugresic… Lo bueno es que las comunicaciones nos permiten mantenernos en contacto, y mantener un vínculo intenso con nuestros paisanos. Por otro lado, sí hay algunos que están volviendo: el cineasta Danis Tanovic, el músico Goran Bregovic, también está allí, Predrag Matvejevic volvió a Zagreb… Veinte años después de la guerra, para muchos es hora de volver a casa.

¿Cómo se lleva con los demás escritores de la antigua Yugoslavia? ¿Tienen contacto, se leen…?
Mis libros están publicados en todos los países yugoslavos, lo que indica que ese espacio está bien comunicado. Nos leemos perfectamente los unos a los otros, usamos la misma lengua, y algunos incluso hemos hecho carrera internacional. En cuanto a mis afinidades, bueno, tengo una amistad fuerte sobre todo con Aleksandar Hemon, especialmente cuando viví en Chicago, y que está publicado en España por Anagrama; y con Aleš Debeljak, un poeta esloveno que ha sido traducido al catalán, y no sé si al castellano…

Escribir en croata, ¿es para usted un acto de militancia, una toma de posición?  
Trato de distinguir entre mi trabajo literario y mi labor académica. Lo primero lo desarrollo en mi lengua materna, mientras que la segunda la hago mejor en francés o inglés. Mi cerebro ha aprendido a separar ambas cosas muy bien. Admiro a gente como Kundera, o el mismo Hemon, por el coraje de esa decisión de cambiar de lengua, pero en ese paso se corre el riesgo de perder el estilo.

Marco Vesovic, profesor de la Universidad de Sarajevo, decía que la de los Balcanes era la única guerra de la Historia planteada y dirigida por escritores. Pero no fue la única ¿no? 
¡No, no, acordémonos de Goebbels!  Pienso en Karadzic, pienso en Tudjman, que estaban muy orgullosos de ser escritores, o de pensar en sí mismos como escritores… Pienso en Dobrica Cosic en Serbia e Ivan Aralica en Croacia. Pero hubo muchos más. Deberíamos examinar el papel de todos esos escritores preparando la guerra, fomentando el activismo, buscando motivaciones para la comisión de los crímenes. Desgraciadamente, no hay tribunales para escritores. Pero hay una responsabilidad en la gente que usó los medios de comunicación y la escritura para la propaganda, las prácticas exclusivistas, la justificación de los desmanes… Usaron la tinta como munición.

Cuando en España se disparan las tensiones autonómicas, se habla de riesgo de “balcanización”. ¿Basta con una mala vecindad para prender un conflicto armado?
Desafortunadamente, los Balcanes se han llevado una mala reputación, y representa la idea de un lugar partido en muchos pedazos… Antes yo quería creer en una “iberización” de Yugoslavia, lo necesitábamos. Necesitábamos soluciones pacíficas y políticas para nuestros problemas, no el desastre que vino. Lo único que deseábamos era ser como los demás. Pero cuando ves lo que pasa hoy en Bélgica, Gran Bretaña o España, o en cualquier otro lugar del mundo... En todo caso, me gustaría convencerle de que la balcanización no es la única característica de los Balcanes [risas].


La pregunta... de Ramón Lobo 

¿Ha hecho Croacia su catarsis? 
En general, en la antigua Yugoslavia  no vemos catarsis por ningún lado. Los tribunales hicieron su trabajo, pero no hubo catarsis política. Mucha gente cree aún que los criminales de guerra fueron héroes nacionales. Y la manipulación sigue abierta, lo que impide esa tarea catárquica. No se pueden manipular los hechos, pero las mentes sí lo admiten. Es un gran fallo de la democratización de la región y de la comunidad internacional. Lo mismo pasa en Bosnia y Herzegovina, donde se hace creer que el espíritu de la guerra sigue vivo. En todo caso, aunque haya razones para el pesimismo, confío en un futuro mejor. 

Y los jóvenes de estos países, ¿cómo ven ese futuro? ¿Confían en Europa, que no estuvo a la altura en el conflicto yugoslavo? 
Allí donde vayas, a pesar de la propaganda encontrarás a un montón de gente joven progresista que quiere un cambio en sus países. La mayoría ve que Europa es la salida, y hay una conciencia extendida de que un gueto balcánico sería fatal. No tiene sentido imaginar un agujero negro balcánico rodeado por Europa. Personalmente no estoy contento con la maquinaria de la Unión, la parte económica es demasiado liberal, la parte social es un poco floja… Todo debe mejorar, pero es el único camino. Siempre es mejor integrar el gueto balcánico en Europa, a que Europa se integre, o incluso se desintegre en ese agujero negro.

Fuente: http://www.mediterraneosur.es/prensa/stiks_igor.html