martes, 27 de enero de 2009

miércoles, 21 de enero de 2009

JUEGOS DE LA EDAD TARDÍA

"Cuando ya empezaba a anochecer y el campo era rumor, su abuelo se apoyó en la azada y, mirando a lo lejos, exclamó:
¡El afánnn!
Gregorio no conocía la palabra, pero le sobrecogió el tono lastimero en que su abuelo la había pronunciado, echándola de sí con ansia, como si quisiera llenar con ella la noche y el silencio. Por un momento se figuró que se trataba del nombre de un pájaro o del conjuro de una aparición, y él también se puso a mirar lejos, sin ver nada. Y su abuelo, por segunda vez, con terrible susurro, apurando hasta el fondo la sonoridad de la palabra y prolongándola en aullido de lobo, repitió:
-¡ El afánnn!
Parecía un navegante loco descubriendo y dándole nombre a nueva tierra.
Enseguida regresaron a casa.

-¿Qué es el afán, abuelo?-preguntó.
-El afán es el deseo de ser un gran hombre y el de hacer grandes cosas, y la pena y la gloria que todo eso produce. Eso es el afán.
-Y padre ¿también tiene afán?
-También tiene.
-¿Y yo?
- Pronto tendrás edad para tenerlo.
-¿ Y madre?
- Ella no, las mujeres no tienen afán.

Luis Landero

martes, 13 de enero de 2009

Tres poemas

Cuando decidimos incluir en el programa de lecturas de este año una antología poética de Miguel Hernández -de cuyo nacimiento se celebrará en 2010 el primer centenario-, un contertulio del Club Dante sugirió aproximarnos a su lectura de una forma, digamos, asistida a fin de evitar el extrañamiento que puede suscitar un libro de poemas en un lector no acostumbrado a pasar páginas de un poemario: procurar el acercamiento para evitar el enfrentamiento.



Una forma de aproximación a la lectura de cualquier antología poética podría consistir, como anunciamos en la sesión de Diciembre, en la lectura individual de los poemas propuestos cada mes y su posterior comentario e intercambio de impresiones en cada una de las reuniones que nuestro Club celebre desde ahora hasta Abril, mes en que abordaremos la lectura de la obra del poeta oriolano. En cada sesión se distribuirán copias de tres poemas de diferentes autores y compartiremos las opiniones derivadas de su lectura en la siguiente reunión; así, el próximo miércoles 21, tras nuestra reunión en torno a la lectura de “Juegos de la edad tardía”, de Luis Landero, comenzaremos esa aproximación de la mano de los tres poetas propuestos en nuestra última reunión: Federico García Lorca, Emilio Prados y Luis Cernuda. Tres poetas coetáneos de Miguel Hernández pero cada uno de ellos con su particular lente poética.


CASIDA DE LA MUJER TENDIDA

Verte desnuda es recordar la tierra.
La tierra lisa, limpia de caballos.
La tierra sin un junco, forma pura
cerrada al porvenir: confín de plata.

Verte desnuda es comprender el ansia
De la lluvia que busca el débil talle,
o la fiebre del mar de inmenso rostro
sin encontrar la luz de su mejilla.

La sangre sonará por las alcobas
y vendrá con espada fulgurante,
pero tú no sabrás dónde se ocultan
el corazón de sapo o la violeta.

Tu vientre es una lucha de raíces,
tus labios son un alba sin contorno,
bajo las rosas tibias de la cama
los muertos gimen esperando turno.

(Federico García Lorca. Divan del Tamarit. 1931-34)



ÁNGELES

Desvanecida, ahogada,
tu cabeza flotando
resbaló por tus hombros
hasta entrar en mi brazo.

Como un papel mi sangre
se escapó por el viento.
Desmayado, en mis manos
se derramó tu cuerpo.

De perfil por sus aguas,
medio hundido en el río
de mis pulsos, tu rostro
navegó por su olvido.

Como un barco, mi carne
flotaba por la música.
El silencio en mi espalda
clavó sus largas plumas.

Deshojó su corola
la rosa de su estancia.
Libres del mundo, el sueño
Nos colgó por las alas.

(Emilio Prados. Cuerpo perseguido. 1927-28)



PARA UNOS VIVIR

Para unos vivir es pisar cristales con los pies desnudos; para otros
vivir es mirar el sol frente a frente.
La playa cuenta días y horas por cada niño que muere. Una flor
se abre, una torre se hunde.
Todo es igual. Tendí mi brazo; no llovía. Pisé cristales; no había
sol. Miré la luna: no había playa.
Qué más da. Tu destino es mirar las torres que levantan, las flores
que abren, los niños que mueren; aparte, como naipe cuya baraja
se ha perdido.

(Luis Cernuda. Los placeres prohibidos. 1931)