lunes, 13 de febrero de 2023

"El caminante" | Jiro Taniguchi | miércoles 15 febrero | 20 h






Siento apego por las pequeñas cosas que suceden a diario. Las observo con cuidado y reproduzco esos aspectos insignificantes a los que las personas no suelen prestar atención.
Jiro Taniguchi


Fallecido en febrero de 2017, Jiro Taniguchi deja como testimonio de su hermosa poética de las pequeñas cosas una obra memorable: "El caminante" (Ponent, 2017). 

Nadar desnudo en una piscina vacía, descubrir el placer de observar los pájaros, encaramarse descalzo a recuperar un juguete varado en las ramas de un árbol, devolver al mar una concha enterrada en el jardín… En El Caminante, Jiro Taniguchi (Japón, 1947 – 2017)  nos invita a descubrir la poética de las pequeñas cosas, a que aparquemos nuestras ajetreadas vidas y que, a través de su trazo preciosista y su narrativa pausada, acompañemos a su protagonista en su vida cotidiana.

Pero lo que pueden parecer pequeñas anécdotas banales, sin apenas narración,  en manos de Taniguchi se convierten en relatos prendados de un lirismo y una belleza similar al de los haikus, esos que R. H. Blyth definía como “una mera nada, inolvidablemente significativa”, pero con una mirada costumbrista, netamente imbricada en Japón y su cultura, que bebe de cineastas clásicos como Yasujiro Ozu.


Ese localismo es, a su vez, lo que convierte su relato en algo tan universal y transversal. El Caminante destila amor por la vida, un carpe diem centrado en el placer de las pequeñas cosas con el que es imposible no identificarse, convirtiéndola en esas raras obras que trascienden el formato. Es cómic, sí. Y manga. Pero es muchísimo más.

  


En el grueso de los relatos que componen El Caminante, el hilo narrativo es poco más que una excusa. Apenas pasa nada. Arranca con el protagonista y su mujer mudándose de casa, adoptando al perro que allí se encuentran, y a partir de ahí, acompañaremos a nuestro hombre sin nombre en sus paseos por su nuevo barrio, en sus recados más cotidianos, mientras lo observa todo, con distancia a veces, implicándose otras, pero siempre con curiosidad, dejando que sean sus pasos los que, como en el poema de Machado, hagan camino al andar. Taniguchi consigue que, como lectores, nos sintamos cómplices de su protagonista desde la primera viñeta, que sus aparentes vagabundeos sin rumbo tengan todo el sentido del mundo, y que su curiosidad hacia lo que le rodea sea la nuestra. Sus pequeñas aventuras destilan un hondo humanismo, ya que a través de una mirada limpia, casi infantil, consigue que apreciemos la belleza de las pequeñas cosas, su hondura poética, sin recurrir, salvo en una ocasión, al manido monólogo interior mediante cajas, en las que leamos los pensamientos del personaje. En ningún momento sus personajes exclaman o verbalizan nada de lo que sienten, de lo que les provoca lo que observan. ¿Para qué escribirlo cuando puede dibujarlo?



Y lo hace con un trazo limpio, detallado y preciosista, en un blanco y negro plagado de grises (con algún uso ocasional del color) que no esconde su influencia de la escuela franco-belga y su línea clara, y que nos lleva por una narrativa lenta y detallada. El autor, como el personaje, nunca se apresura, le dedica a cada momento el tiempo que necesite. Puede usar pequeñas viñetas para describir una acción como el vuelo de un globo de papel, o deslumbrarnos con preciosas ilustraciones a página completa. La narración consigue atrapar la atención del lector sin que apenas pase nada, y lo que es más difícil, que eso pase desapercibido. Pasan cosas, sólo que muy pequeñas, muy sutiles, y pueden arrancarnos una sonrisa (la sorpresa que supone la mirada de un anciano esperando a nuestro protagonista para pasear juntos), emocionarnos (el protagonista y su esposa devolviendo una concha al mar) o, simplemente, arrancarnos un suspiro ante la belleza de un momento, (nuestro protagonista descalzo encaramado a un árbol observando el paisaje) o por la envidia que nos provoca (nuestro protagonista saltando la valla de una piscina pública para poder nadar desnudo y solo. 

En El Caminante no pasa nada y, aun así, uno no puede dejar de leer. Porque es imposible no identificarse con el héroe, no querer ser él, algo inherente a toda buena narración. Tanto Taniguchi como el hombre de mediana edad que protagoniza su historia, parecen embarcados en lo mismo: en llevarnos de la mano para contemplar la vida tal y como es, sin trucos, artificios y dobleces. Es entonces cuando el trazo del autor revela, a través de su protagonista, todo el lirismo y la belleza que esconden los momentos más banales y cotidianos.

Completan este tomo recopilatorio otros tres relatos, que mantienen cierta unidad estilística y de tono, tanto con el grueso de relatos de El Caminante como, sobre todo, con el resto de la obra de Taniguchi.

Jiro Taniguchi es quizás uno de los autores de manga seinen (manga de temática adulta, orientada hacia un público masculino en su definición) más conocidos fuera del Japón. Su obra ha sido publicada en occidente con regularidad, siendo muy bien acogida y elogiada, sobre todo en Francia. Admiración mutua por otra parte, pues Taniguchi nunca ha ocultado la influencia del cómic franco-belga en su obra, llegando incluso a colaborar con un artista tan influyente y emblemático como Moebius en Ícaro. Pero su trabajo trasciende la, a veces, reduccionista etiqueta de manga.

No es fácil asomarse a la obra de Taniguchi sin los prejuicios inherentes a las etiquetas. Porque cualquier lector no habitual de eso que hemos convenido en llamar cómic (que algunos llaman novela gráfica y los más viejos, tebeos o historietas) que se acerque a su trabajo siempre tendrá en su cabeza un término, manga, tan amplio y genérico en su acepción como reduccionista en su definición más aceptada, al menos en España.

Y todo eso, a pesar de que el cómic japonés lleva ya muchos años en este país. Sin remontarnos a la prehistoria (con series animadas como Mazinger Z o ¡Meteoro!), su irrupción en nuestra cultura popular como fenómeno de masas data de principios de los años noventa, con la aparición del Akira de Katsuhiro Otomo y, sobre todo, del Dragon Ball de Akira Toriyama, tanto el manga, publicado por Planeta, como la serie animada, emitida por las autonómicas. Éste último fue la gran punta de lanza de la fiebre manga, creando una generación bola de dragón entre los que hoy superan la treintena. Desde entonces, su publicación no ha parado de crecer, y las numerosas convenciones que recorren España (del Expomanga al Saló del Manga) no hacen más que atestiguar la vitalidad del género en nuestro país. Una vitalidad que, como pasa con el comic book norteamericano, tiene algo de endogámico, de ghetto, que puede echar para atrás la curiosidad del neófito o no iniciado. Y eso, en el caso de la obra de Taniguchi, nos impediría disfrutar de una de las voces más bellas de la historieta contemporánea. 

https://elcuadernodigital.com/2017/11/29/jiro-taniguchi-el-caminante/






Jiro Taniguchi (Tottori, 14 de agosto de 1947 - Tokio, 11 de febrero de 2017) es un famoso autor de manga japonés de estilo realista, trazo limpio y acabado detallista, muy influenciado por el cómic europeo, en concreto por la historieta franco-belga.

Comenzó a trabajar en 1966 como asistente en el estudio del dibujante de manga Ishikawa Kyota, debutando ya como dibujante en 1970 con Kareta Heya (Un verano seco). En esos primeros años dibujaría historias cortas para diversas revistas, hasta publicar su primera serie propia, Namae no Nai Doubutsu Tachi (Animales sin nombre, Kodansha 1975), una historia protagonizada por animales.

Desde 1976 hasta 1979 publicó numerosos trabajos de todos los géneros con varios guionistas como  Natsuo Sekikawa, con quien realizaría obras como Muboi Toshi / Muboushi Toshi (Ciudad sin defensa, 1976), Nashikaze wa Shiroi / Seifuu Ha Shiroi (El viento del Oeste es blanco, 1976) o Lindo 3! (1978).


En los años 1980 volvieron a trabajar juntos en Botchan no jidai (La época Botchan, 1987-1996), obra larga basada en el clásico de la literatura japonesa del escritor Natsume Soseki sobre la vida en Japón durante la era Meiji (finales del siglo XIX), por el que recibiría el Premio Cultural Tezuka Osamu en 1998. También produciría otras obras con diversos guionistas como Carib Marley (Blue Fighter, 1982; Knuckle Wars, 1983; Live! Odyssey, 1983; Rudo Boy; 1984) o Shirow Tozaki, con quien realizaría K (1988). Con Sekikawa volvería a trabajar en Hotel Harbour View (1986), obra publicada en diversos países como EE UU, Francia o España, y que para muchos lectores sería la primera obra conocida del autor.

A partir de 1991 comienza a alternar sus trabajos con otros guionistas con obras en solitario, de corte más intimista, entre las que figuran Aruku hito (El caminante, 1990-1991), Chichi no koyomi (El almanaque de mi padre, 1994). o Haruka-na machi e (Barrio lejano, 1996), que obtuvo el premio L`Alph Art al mejor guión en el Festival de Angulema de 2003 y el premio a la mejor obra en el Salón del Cómic de Barcelona de 2004.

En 1997 publica Ikaru (Ícaro) en la revista semanal Morning, con guiones de Moebius y Jean Annestay, obra que debía extenderse en diversos volúmenes, pero que los problemas de ventas del editor obligaron a cerrar en un final precipitado, recopilándose posteriormente en un único volumen.

Ya en el siglo XXI publica obras como Sosaku Sha (El rastreador, 2000), Seton (2004), Hare yuku sora (Un cielo radiante, 2005) o Mahou no Yama (La montaña mágica, 2007), su primera obra publicada en formato álbum europeo y a color. En 2008 publica la obra autobiográfica Fuyu no dobutsuen (Un zoo en invierno), narrando el traslado desde su pueblo natal a la gran ciudad y sus inicios en el mundo del manga en Tokio, como ayudante de un maestro mangaka.

Taniguchi ha ganado numerosos premios en su Japón natal, y sus trabajos son traducidos en varios idiomas. Es uno de los autores de manga contemporáneos más reconocidos internacionalmente, destacando su presencia en el mercado francés. En España, la mayor parte de su obra ha sido publicada por Ponent Mon. 



https://www.tebeosfera.com/autores/taniguchi_jiro.html