No tengo interés en escribir novelas largas
con estilo realista, pero decidí que, aunque sólo fuera una vez, iba a escribir una novela
realista. Tokio blues fue un simple experimento. Personalmente, a mí me gusta esa
novela, pero no he vuelto a leerla desde hace casi 20 años. De momento, no tengo ninguna
intención de volver a escribir algo parecido. No tengo interés en el pasado. Ya no
puedo sentir interés en el llamado estilo realista porque, si escribo una novela así, acabo
aburriéndome.
Tokio blues: una historia
de amor triangular que se convierte en el relato de una educación sentimental
pero también de las pérdidas que implica toda maduración. Toru Watanabe, un
ejecutivo de 37 años, escucha casualmente mientras aterriza en un aeropuerto
europeo una vieja canción de los Beatles, y la música le hace retroceder a su
juventud, al turbulento Tokio de finales de los sesenta.
Toru recuerda, con una
mezcla de melancolía y desasosiego, a la inestable y misteriosa Naoko, la novia
de su mejor -y único- amigo de la adolescencia, Kizuki. El suicidio de éste les
distancia durante un año hasta que se reencuentran en la universidad. Inician
allí una relación íntima; sin embargo, la frágil salud mental de Naoko se
resiente y la internan en un centro de reposo. Al poco, Toru se enamora de
Midori, una joven activa y resuelta. Indeciso, sumido en dudas y temores,
experimenta el deslumbramiento y el desengaño allá donde todo parece cobrar sentido:
el sexo, el amor y la muerte. La situación, para él, para los tres, se ha
vuelto insostenible; ninguno parece capaz de alcanzar el delicado equilibrio
entre las esperanzas juveniles y la necesidad de encontrar un lugar en el
mundo.
Con un fino sentido del humor, Murakami escribió la novela que supuso su reconocimiento definitivo en Japón, donde se convirtió en un best seller.
La versión cinematográfica, dirigida por
Tran Anh Hung, fue estrenada en Japón el 11 de diciembre de 2010.
Banda sonora de Tokio blues
Naoko sacó la
mano izquierda del bolsillo y agarró la mía.
—Pero a ti no te pasará nada. Tú no tienes
por qué preocuparte. Aunque anduvieras por aquí de noche con los ojos cerrados,
tú jamás te caerías dentro. Seguro. Y a mí, mientras esté contigo, tampoco me
pasará nada.
—¿Jamás?
—Jamás.