Veinticuatro horas en la vida de una mujer relata en pocas páginas el devenir sentimental y sexual de una mujer angustiada por la vida y por los acontecimientos que inevitablemente y como un torrente le tocaron vivir. Son páginas magistrales plenas de lirismo y pliegues pasionales en las que son habituales las reflexiones sobre la vida y la muerte, y sobre las pasiones humanas en la Europa de la preguerra. Y aún a riesgo de pensar que la historia que nos cuenta pudiera estar desfasada, lo cierto es que el relato no sólo ha sobrevivido a su tiempo sino que se lee con la entereza que produce la lectura de una pequeña obra maestra.
En un principio, la abuela se dedicó a contemplar a los jugadores (…) Le agradó particularmente un joven que en un extremo de la mesa jugaba por todo lo alto, hacía apuestas de miles de francos y, según se decía alrededor, llevaba ganados ya los cuarenta mil, que tenía ante él, en oro y billetes de banco. Estaba pálido, sus ojos brillaban y le temblaban las manos…
El jugador, Fiodor Dostoievski
Una anécdota desata toda una confesión por parte de una mujer de sesenta años, quien aprovecha la encendida defensa que su futuro oyente hace de una mujer "caída en desgracia" para hacerle partícipe de sus veinticuatro horas de pasión y tragedia, vividas veinte años atrás, y que, sin tener consecuencias sociales en su caso, sí marcaron su vida. El drama que nos plantea se nos hace muy lejano en una sociedad como la nuestra, más libre de prejuicios y sin las ataduras morales y de conveniencias y apariencias que la sociedad burguesa de hace un siglo, muy especialmente en todo lo relativo a la mujer.
Reflejo de una moral hipócrita, la de la sociedad de la protagonista, el drama se nos presenta como apasionante. Ella no tenía marido, no engañaba a nadie, pero no podía dejarse llevar por una cuestión de principios, siguiendo la rígida moral y los convencionalismos de la época, mucho más rígidos en cuanto al comportamiento femenino se refiere.
Comprendemos de inmediato que él, el causante -involuntario- de todo, no vale su sacrificio, que no es partícipe de su drama, que su ludopatía le ha privado de su voluntad, que la historia no tendría futuro, que ese amor no le acarrearía sino sufrimiento por la censura social y por el remordimiento individual...
En esta breve creación de Stefan Zweig asistimos a todo un ejercicio de introspección en el alma de una mujer que arrastra a solas un tormento, una angustia semejante a las que reflejan esas manos ansiosas, víctimas de la ludopatía, que tan bien sabe plasmar durante páginas la pluma maestra del austriaco.