lunes, 11 de abril de 2016

Veinticuatro horas en la vida de una mujer (miércoles 13, 20 h)





Veinticuatro horas en la vida de una mujer relata en pocas páginas el devenir sentimental y sexual de una mujer angustiada por la vida y por los acontecimientos que inevitablemente y como un torrente le tocaron vivir. Son páginas magistrales plenas de lirismo y pliegues pasionales en las que son habituales las reflexiones sobre la vida y la muerte, y sobre las pasiones humanas en la Europa de la preguerra. Y aún a riesgo de pensar que la historia que nos cuenta pudiera estar desfasada, lo cierto es que el relato no sólo ha sobrevivido a su tiempo sino que se lee con la entereza que produce la lectura de una pequeña obra maestra.

En un principio, la abuela se dedicó a contemplar a los jugadores (…) Le agradó particularmente un joven que en un extremo de la mesa jugaba por todo lo alto, hacía apuestas de miles de francos y, según se decía alrededor, llevaba ganados ya los cuarenta mil, que tenía ante él, en oro y billetes de banco. Estaba pálido, sus ojos brillaban y le temblaban las manos… 

El jugador, Fiodor Dostoievski 

Una anécdota desata toda una confesión por parte de una mujer de sesenta años, quien aprovecha la encendida defensa que su futuro oyente hace de una mujer "caída en desgracia" para hacerle partícipe de sus veinticuatro horas de pasión y tragedia, vividas veinte años atrás, y que, sin tener consecuencias sociales en su caso, sí marcaron su vida. El drama que nos plantea se nos hace muy lejano en una sociedad como la nuestra, más libre de prejuicios y sin las ataduras morales y de conveniencias y apariencias que la sociedad burguesa de hace un siglo, muy especialmente en todo lo relativo a la mujer.  

Reflejo de una moral hipócrita, la de  la sociedad de la protagonista, el drama se nos presenta como apasionante. Ella no tenía marido, no engañaba a nadie, pero no podía dejarse llevar por una cuestión de principios, siguiendo la rígida moral y los convencionalismos de la época, mucho más rígidos en cuanto al comportamiento femenino se refiere. 

Comprendemos de inmediato que él, el causante -involuntario- de todo, no vale su sacrificio, que no es partícipe de su drama, que su ludopatía le ha privado de su voluntad, que la historia no tendría futuro, que ese amor no le acarrearía sino sufrimiento por la censura social y por el remordimiento individual...  

En esta breve creación de Stefan Zweig asistimos a todo un ejercicio de introspección en el alma de una mujer que arrastra a solas un tormento, una angustia semejante a las que reflejan esas manos ansiosas, víctimas de la ludopatía, que tan bien sabe plasmar durante páginas la pluma maestra del austriaco.   













STEFAN ZWEIG













Vuelve el club Dante a reunirse en torno a un autor que ya tratamos a finales de 2014 (“La impaciencia del corazón”). Escritor y pacifista austriaco, Zweig nació el 28 de noviembre de 1881 en Viena, en el seno de una acomodada familia judía. A raíz del estallido de la I Guerra Mundial, Zweig se convirtió en un ardiente pacifista y se trasladó a Zürich, donde podía expresar libremente sus opiniones. También residió  durante un año en París. Después vive en Londres y viaja por España, Italia y Holanda. De vuelta conoce en Leipzig a Kippenberg, el director de la editorial Insel. Visita la India, Norteamérica y Panamá. En 1919 vuelve a Austria.

En su primera obra importante, el poema dramático Jeremías (1916), denunciaba apasionadamente lo que él consideraba  la locura suprema: la guerra.  

Entre las obras ensayísticas escritas en los años posteriores destacan: Tres maestros (1920) -estudios sobre Honoré de Balzac, Charles Dickens y Fedor Dostoievski-, y La curación por el espíritu (1931), donde da cuenta de las ideas de Franz Anton Mesmer, Sigmund Freud y Mary Baker Eddy.


Documental sobre la vida de Stefan Zweig (subtítulos en castellano)

El ascenso del nazismo y el antisemitismo en Alemania llevó a Zweig, que era judío, a huir a Gran Bretaña en 1934. Emigró a los Estados Unidos en 1940 y después a Brasil en 1941, donde se suicidaría un año después junto a su compañera, llevado por un sentimiento de soledad, pesimismo y fatiga espiritual.

Como escritor, Zweig se distinguió por su introspección psicológica. Los últimos escritos importantes de Zweig incluyen las biografías Erasmus de Rotterdam (1934) y María Estuardo (1935),  y su autobiografía El mundo de ayer (1941).



ALGUNAS DE SUS OBRAS MÁS RECONOCIDAS:

Teatro

Thersite, 1907
Les Guirlandes précoces, 1907
Jeremias, 1916
La casa al borde del mar, 1911

Poesía

Cuerdas de plata, 1901
Las primeras coronas, 1906

Ficción

Ardiente secreto
Caleidoscopio
La estrella bajo el bosque, 1903
Los prodigios de la vida, 1903
En la nieve, 1904
El amor de Erika Ewald, 1904
La Marcha, 1904
La Cruz
Leporella
Amok o el loco de Malasia, 1922
Los ojos del hermano eterno, 1922
La confusión de los sentimientos, 1926
Carta de una desconocida, 1927
Buchmendel, 1929
Veinticuatro horas de la vida de una mujer, 1929
La piedad peligrosa o La impaciencia del corazón 1939
Novela de ajedrez, 1941

Biografías

Émile Verhaeren, 1910
Fouché, el genio tenebroso, 1929
La curación por el Espíritu, 1931
María Antonieta, 1932
María Estuardo, 1934
Erasmo de Rotterdam, 1934
Conquistador de los mares: la historia de Magallanes, 1938
Romain Rolland: el hombre y su obra, 1921
Paul Verlaine
Balzac: La novela de una vida, 1920
Castellio contra Calvino, Conciencia contra Violencia
Confusión: The Private Papers of Privy Councillor R. Von D
Momentos estelares de la humanidad (1927)
La lucha contra el demonio, Hölderlin, Kleist, Nietzsche
Montaigne, libro póstumo
Tres poetas de su vida: Casanova, Stendhal, Tolstoi

Autobiografía

El mundo de ayer, publicado tras su muerte

No ficción

Brasil: Un país de futuro
Momentos estelares de la humanidad

EL FOTÓGRAFO (miércoles 13, 20 h)






EL FOTÓGRAFO
 (LEFÈVRE, GUIBERT & LEMERCIER)

En muchas ocasiones no es fácil revisar obras que en su momento nos parecieron enormes, inmensas. El tiempo transcurrido supone (o debería suponer) una maduración en el lector y una evolución en el medio. Lo que antes vimos como una obra maestra puede no dialogar con nuestro yo actual igual que con nuestro yo pasado, y la estructura de la obra puede haberse desmoronado bajo el peso de nuevas creaciones que ponen de manifiesto todas las fallas de aquella. Y afortunadamente hay casos, como sucede con El fotógrafo, en que una gran obra crece con el tiempo y se asienta como un hito que destaca entre toda la producción que lo rodeó en su momento.

Ahora que Sins Entido reúne un solo tomo, impresionante, los tres álbumes independientes en los que se publicó entre 2003 y 2006 la obra de Didier Lefèvre, Emmanuel Guibert y Frédéric Lemercier (y que en España publicóGlénat), y me atrevo a decir que este integral era necesario porque que aporta un empaque físico que realza la unicidad de la obra, no solo en el sentido de que cuenta una única historia, sino en el sentido de que esa historia es única. El nuevo formato, que mantiene el tamaño original, acaba de completar la obra.

El fotógrafo es una historia autobiográfica, el relato del fotógrafo profesional Didier Lefèvre y su viaje de ida y vuelta entre Pakistán a Afaganistán acompañando a una delegación de Médicos Sin Fronteras. Como decía, todo este periplo es una aventura única, y su serialización en tres tomos solo se entiende en base a las imposiciones del mercado, máxime cuando el primer tomo termina abruptamente cuando aún nos encontramos a mitad del camino de ida. Independientemente, los tomos originales no cierran ningún frente. Como libro completo, todo cobra sentido.















Hace poco hablábamos por aquí del último libro de Guy Delisle, uno de sus libros de viajes, y por supuesto salía también a colación el nombre de Joe Sacco. Siendo también un ejercicio periodístico y un libro de viajes, El fotógrafo no tiene absolutamente nada que ver con ninguno de ellos, ni en su forma ni en su fondo. Lefèvre, en la primera página, cuenta cómo se despide de sus allegados en París y toma un avión hacia Pakistán. Sabemos que es fotógrafo y que realiza el viaje por motivos profesionales, pero en ningún momento trata de explicar o justificar su viaje. Lo único que le interesa es contarlo. Tampoco hace falta que nos explique cómo era su vida antes del viaje, ni cómo fue después. De la lectura del libro se desprende que, como no podía ser menos, acaba siendo un viaje iniciático que trastocará su vida. Un viaje iniciático atípico en el modelo de ficción habitual, ya que el protagonista no es el héroe sino el escriba que recoge con el objetivo de su cámara el heroísmo y la ruindad cotidianos, sin gloria ni infamia, que le rodean. Aunque a la fuerza ha de consignar sus propias vivencias, lo hace de un modo distante, como si se viera a si mismo desde fuera. O desde detrás de una lente. Y de hecho, las muy abundantes fotografías que jalonan la obra son tanto la prueba de la veracidad de lo narrado como un mecanismo de desdramatización que nos recuerdan que esto no es una aventura de cómic, con sus giros, su intriga y sus emociones, sino una aventura a pesar de todo.




Gran parte del mérito de esta narración anti efectista también corresponde a Guibert, que ha sido quien ha adaptado a los requerimientos del cómic la historia del fotógrafo, igual que en La guerra de Alan adaptaba la historia de un soldado. Si el fotógrafo ya está haciendo su comentario sobre el mundo cuando dispara su cámara, El fotógrafo hace su comentario sobre Afganistán y sus gentes poniéndolos ante nuestros ojos en viñetas y fotografías, sin juzgarlos pero sin maquillarlos.

Como digo, Lefèvre y Guibert (y Lemercier, encargado del color y la maquetación) despliegan ante nosotros la verdad, una verdad en tiempo presente. Durante el viaje, Lefèvre padeció una hinchazón en las encías, pero se guarda de decir (lo sabemos por los textos del fundamental epílogo, donde se comenta la suerte de algunos de los protagonistas de la aventura) que acabó perdiendo 14 dientes. O que volvió a viajar otras 7 veces a Afganistán. O que de las 4.000 fotos realizadas durante este viaje solo se publicaron 6. Lefèvre murió en 2007, con tan solo 50 años, debido a una crisis cardíaca.











Hacia el final de su viaje iniciático, como no podía ser menos, Lefèvre llega a estar al borde de la muerte. La secuencia en la que se describe el hecho resume en 10 páginas el tono de toda la obra. Solo, de noche, en medio de la montaña y una intensa nevada, sin agua, el protagonista sufre un ataque de pánico y después se acurruca en unas mantas y se prepara para morir. Saca su cámara y dispara. “Que sepan dónde he muerto”. Saca su libreta y escribe unas últimas palabras dedicadas a su madre y a su novia, unas líneas tan asépticas que dan escalofríos. Durante toda la secuencia, las viñetas muestran sobre un fondo gris la silueta en negro del protagonista y su caballo. No hay primeros planos del rostro compungido de Lefèvre, no hay espectaculares dibujos que nos muestren su pequeñez frente al entorno natural. Solo siluetas acompañadas de textos descriptivos. Los autores tratan de minimizar la codificación de la realidad, y en este momento de auténtica intensidad, el que sería el momento cumbre en cualquier cómic de aventura, finalmente se despojan del dibujo y dedican cuatro páginas completas únicamente a fotografías, las fotografías que el fotógrafo toma desde lo que piensa que será su lecho de muerte. 









En la primera página de estas páginas hay dos fotografías de la silueta del caballo. En la segunda, una fotografía a página completa del mismo caballo. Y la tercera y la cuarta página, enfrentadas, están cubiertas por una única foto de un grisáceo paisaje montañoso, concluyendo el crescendo fotográfico con una imagen anodina. Porque así es la auténtica aventura, la que nos toca y nos cambia. Intensa en nuestro interior, pero casi siempre intrascendente para todo aquello y todos aquellos que nos rodean, invisible al ojo de la cámara.


Por supuesto, las presencia de muchas fotografías insertas en la obra, con forma y tamaño de viñetas normales, son una de las características que definen El fotógrafo. Acabar de entender cómo funciona dentro del cómic un código visual tan antagónico al dibujo como es la fotografía, es algo que se me escapa. No tengo la preparación necesaria para tratar este aspecto de forma analítica, pero lo que sí me parece claro es que El fotógrafo no está concebido como un experimento formal y no pretende abrir el cómic a la utilización de la fotografía. Y prueba de ello es el hecho de que, efectivamente, casi nueve años después de la publicación del primer tomo de El fotógrafo, aún no ha aparecido otro cómic relevante reutilizando este recurso. Porque la fotografía en El fotógrafo es parte indisoluble e ineludible de esta obra, una obra en la que el protagonista constantemente filtra la realidad a través de su cámara. Las fotografías están ahí porque eso y no otra cosa es lo que Lefèvre veía cuando miraba a su alrededor. Rayco Pulido usaba la fotografía en Sin título como un juego de espejos entre realidad y ficción. Cuando Art Spiegelman introduce algunas fotografías en Maus, está refrendando una realidad que él no conoció, y lo hace al final de la obra para no romper la ilusión construida a través de la iconicidad del dibujo. Lefèvre y Guibert pretenden casi lo contrario, da la sensación de que la historia comprendida en el libro, real, vivida en primera persona, es la que cuentan las fotografías, y que el dibujo, sintético y de base fotográfica, es el artificio necesario para darles continuidad narrativa.

No he hablado de aquello de el protagonista encuentra en su viaje. Del pueblo afgano, de su forma de vida, de la guerra afgano-soviética, de la labor humanitaria de Médicos Sin Fronteras, del compromiso y la entrega, del dolor, la mutilación y la muerte violenta aleatoria. Todo eso y más cabe en El fotógrafo, en sus dibujos y sus fotografías, y es lo que en última instancia da forma al viaje de Lefèvre y lo convierte en una experiencia vital de enorme valor humano que trasciende su propia persona.
Por todo esto, por mucho que yo cambie como lector y por mucho que nuevas obras se adentren en senderos inexplorados, no encontraré, no habrá otra historia como El fotógrafo. Por eso El fotógrafo es una obra maestra irrepetible.

El tío Berni
http://www.entrecomics.com/?p=71532