martes, 13 de diciembre de 2022

"Instrucciones para una ola de calor" | Maggie O'Farrell | miércoles 14 diciembre | 20 h

 



El clima no es lo único que oprime a la familia en la tensa y cautivadora sexta novela de Maggie O'Farrell.

Durante la ola de calor del verano de 1976, un devoto esposo y padre de tres hijos se levanta de la mesa del desayuno y sale a comprar un periódico. No vuelve. Robert Riordan se jubiló recientemente, y aún no había nada que sugiriera a su esposa Gretta que no estaba contento o que estaba a punto de desaparecer. Gretta insiste en que no tiene idea de dónde está ni por qué se ha ido. Los hijos adultos de Robert y Gretta llegan a la casa familiar para intentar encontrar una solución y consolar a su madre.

Gretta, la matriarca de una complicada familia irlandesa que se instaló en Londres, es un personaje de la década de 1970 algo inestable, y por eso es aún más entretenida. Es hipocondríaca y una religiosa devota. Sus hijos son su obsesión pero también la ruina de su vida. Y ahora están todos aquí bajo sus pies, unidos por el dolor y la confusión sobre el destino de su padre. A pesar de que fueron reunidos por la fatalidad -o no-, Gretta no puede evitar sentirse orgullosa de que sus tres hijos estén cerca.

Los retratos que pinta O'Farrell de los tres hermanos aquí son dolorosamente creíbles. El único hijo, Michael Francis, es un profesor de historia cuyo matrimonio está próximo al fracaso. Su esposa se ha "redescubierto" a sí misma y se ha unido a un grupo de nuevos amigos intelectuales. Él sabe que, al menos en parte, es culpa suya, pero se está quedando atrás y no sabe bien qué hacer.

Mónica, la hermana mayor, también tiene un matrimonio difícil, con un hombre mayor. Sus hijastras apenas le hablan y la culpan de la muerte del gato. Casi parece estar viviendo una fantasía en la que espera que alguien la rescate. Hay una sensación de que la vida le prometió cosas mejores y que la ha dejado en la estacada. Su neurosis es real pero también es (intencionalmente) cómica.

Aoife, la más joven, siempre ha sido la oveja negra de la familia, y ahora, con poco más de 20 años, se ha desterrado a sí misma yéndose a Nueva York, donde nadie tendrá que pensar en ella y preocuparse (aunque lo hacen de todos modos). Ella y Mónica no se han hablado como debieran durante años después de un incidente que nadie quiere mencionar. Aoife está marcada por propias deficiencias: padece una  dislexia no diagnosticada y es analfabeta funcional, lo que significa que probablemente no debería haber tomado el trabajo como administradora de una fotógrafa cuyas facturas no puede leer.

O'Farrell no se achanta ante las dinámicas complejas y, a pesar de hacer malabarismos con cuatro hilos narrativos  (la desaparición del padre más las historias de fondo de los tres hermanos), las cosas nunca se confunden. La escritura es siempre intensa, perfectamente elaborada, perfecta. Los personajes están dibujados de manera auténtica, lo que permite a la autora salirse con la suya.

Pero entonces… ¿qué no está del todo bien? Hay una extraña sensación de falta de urgencia por la desaparición de Robert, y parece que no solo falta en la familia sino que también falta en la novela. Tal vez sea intencionado, sumándose así al propio misterio de la desaparición. Por otra parte, la ola de calor, que inicialmente proporciona una sensación opresiva necesaria, de repente parece retroceder a un segundo plano para nunca volver. Quizá, esa decisión de la autora resulte mejor que estar viendo a los protagonistas sudando continuamente y bañándose en cada página.

Esta es la sexta novela de O'Farrell, y en el espacio de esa media docena de libros ha logrado cimentarse como una narradora confiable y una maestra del drama familiar. Instrucciones para una ola de calor se basa en esa consistencia.

Todas las características la obra de O'Farrell están aquí: una familia con secretos en su pasado, palabras que no se dijeron hace años, parientes olvidados hace mucho tiempo, una atmósfera claustrofóbica de incómoda cercanía emocional… Instrucciones para una ola de calor es una historia lograda y adictiva contada con verdadera humanidad, calidez y amor por los personajes. 

Viv Groskop

https://www.theguardian.com/books/2013/mar/03/instructions-heatwave-maggie-ofarrell-review


¿Qué le ocurre a Aiofe?



Entre el 10 y el 15% de la población escolar padece algún tipo de trastorno del aprendizaje.

La dislexia es un trastorno de aprendizaje que afecta en la lectura y la escritura. Los niños con dislexia necesitan tiempo para hacer las cosas, trabajar en silencio, entornos y ambientes adecuados y mucha paciencia. La mayoría de nosotros conocemos el término dislexia, pero no sabemos qué es lo que experimentan las personas con este trastorno.

Victor Widell, un desarrollador sueco, decidió crear una página web que simula en tiempo real cómo leen las personas con dislexia. La web está en inglés, pero el efecto de las “letras que bailan” es una auténtica locura. Sin duda, una bonita experiencia para apreciar y valorar las dificultades y necesidades que tienen las personas con dislexia.





Maggie O'Farrell nació en 1972 en Coleraine, Irlanda del Norte, Reino Unido. Su familia se mudó a Gran Bretaña en 1974. Hija de un economista, creció con su madre y dos hermanas en Gales y Escocia.

A los ocho años fue hospitalizada con encefalitis y perdió más de un año de escuela. Durante su niñez y adolescencia sufrió un pronunciado tartamudeo.

Cursó estudio en la North Berwick High School y la Brynteg Comprehensive School, y posteriormente asistió a New Hall, Cambridge, donde estudió literatura inglesa.

Trabajó como periodista en Hong Kong y como editora literaria adjunta en The Independent on Sunday, en Londres. También enseñó escritura creativa en la Universidad de Warwick en Coventry, y en el Goldsmith's College en Londres.

Autora de novelas como After You'd Gone, ganadora del Premio Betty Trask, The Hand that First Held Mine, por la que recibió el premio Costa de novela de 2010, o el libro de memorias I Am, I Am, I Am: Seventeen Brushes with Death (2017), posicionado en los primeros puestos de la lista de los más vendidos del Sunday Times.

En 2020 publicó Hamnet, basada en la familia de Shakespeare y galardonada con el Premio de Mujeres de Ficción y el premio de ficción en los Premios del Círculo Nacional de Críticos de Libros de ese mismo año.

 

OBRA

Novelas

After You’d Gone (2000)

My Lover’s Lover (2002)

The Distance Between Us (2004)

La extraña desaparición de Esme Lennox (2007; Ediciones Salamandra, 2009)

La primera mano que sostuvo la mía (2010; Libros del Asteroide, 2018)

Instrucciones para una ola de calor (Ediciones Salamandra, 2013)  

Tiene que ser aquí (2016; Libros del Asteroide 2017)

Hamnet (2020; Libros del Asteroide, 2021)

The Marriage Portrait (2022)

 

Memorias

Sigo aquí (2017; Libros del Asteroide, 2019)

 

Literatura infantil

Where Snow Angels Go (2020)

The Boy Who Lost His Spark (2022)


OTRAS OBRAS DE MAGGIE O'FARRELL:

CUATRO RESEÑAS

 

lunes, 14 de noviembre de 2022

"Temporada de huracanes" | Fernanda Melchor | miércoles 16 noviembre | 20 h


Cinco muchachos avanzan por un turbio canal llevando una cubeta de piedras previamente recogidas del río, listos para enfrentarse con algo desconocido que emerge del agua. Pronto su atención es atraída por un macabro descubrimiento: un cadáver hinchado y en descomposición que emerge del agua amarillenta y espumosa del canal. Así comienza la última novela de Fernanda Melchor (Veracruz, México, 1982), Temporada de huracanes (2017). La presencia de un cadáver, así como la existencia de una escena del crimen, ubicua en la ficción latinoamericana de las últimas décadas, puede dar la impresión de que estamos en frente a un  whodunit

Sin embargo, mientras que la revelación de la identidad de los culpables (el nombre de la víctima es revelado en las páginas siguientes) y la explicación de los acontecimientos que rodean la muerte de la Bruja desempeñan evidentemente un papel crucial en el desarrollo de la novela (el autor crea una ingeniosa trama de novela policiaca que se despliega a medida que las perspectivas y las historias de vida de los diversos protagonistas son contadas), contrario a la estructura clásica de la historia de detectives, en este caso nadie está buscando la verdad y ninguna investigación es llevada a cabo. De hecho, cuando la policía interviene, el jefe Rigorito y sus hombres tienen como único objetivo apoderarse del “tesoro escondido” de la víctima. 

En el mundo retratado por Melchor, la ciudad imaginaria de La Matosa (aparentemente semejante al estado mexicano de Veracruz, pero que bien podría ser cualquier espacio depredado por la lógica del capitalismo tardío), el “culpable” se encuentra en otro lugar, en el abandono social que perpetúa el ciclo infernal de pobreza y violencia, machismo y misoginia que domina la vida de los protagonistas y que marca su destino.

La novela, sin embargo, no aspira a componer un retrato a gran escala de la sociedad según ciertas tradiciones realistas. En cambio, Melchor, para parafrasear las palabras con las cuales Fredric Jameson solía hablar de Raymond Chandler, como un pintor de la sociedad mexicana opta por el uso de imágenes fragmentarias de la existencia cotidiana. Cada capítulo del libro narra la historia de un personaje específico, describe el contexto social y familiar, caracterizado por el desempleo, pobreza y violencia, en el que viven. Sin embargo, el narrador también combina estas descripciones con una infinita invención anecdótica y aventuras picarescas ambientadas en el telón de fondo de lo que Gabriel Wolfson ha llamado paisajes brueghelianos.



 El triunfo de la Muerte (1562-1563)
 Pieter Brueghel el Viejo

Las secciones de la novela comprenden párrafos largos y casi ininterrumpidos, un dispositivo narrativo que evoca, como señala Edmundo Paz Soldán en su reseña del libro, el estilo de El otoño del patriarca de García Márquez. De hecho, la novela debe mucho a la inspiración del llamado Realismo Mágico, no sólo por el estilo narrativo, sino también y quizá sobre todo por la presencia de una dimensión mágica y por las referencias a mitos ancestrales. Que las referencias a esta esfera mítica sean, sin embargo, una reinterpretación paródica del Realismo Mágico, una manera de “jugar con la repetición de formas muertas”, como diría Jameson, quizá sea confirmada por el hecho de que los propios personajes oscilan entre creencia y escepticismo cuando se enfrentan a la posibilidad de que un evento sea el resultado de algún tipo de conjuro, brujería o posesión demoníaca. 

Cuando al final de la novela el narrador recuerda la creencia de que una serie de desgracias tales como masacres, decapitaciones, violaciones, asesinatos pueden ser los efectos de las malas vibras causadas por los huracanes, la hipótesis es descartada implícitamente por el subyacente tono irónico, auto-paródico e ibargüengoitiano (“Algunos de los acontecimientos que aquí se narran son reales. Todos los personajes son imaginarios”, recita el epígrafe de Las muertas) de la voz narrativa. 




Fredric Jameson escribió que en Cien años de soledad no hay magia, ninguna metáfora, sólo un “sublime materialista”.  Esta descripción bien podría funcionar para Temporada de huracanes: no hay nada maravilloso o sobrenatural en los hechos narrados, sólo el crudo horror que se vuelve aún más insoportable y repugnante cuando la violencia es ejercida sobre cuerpos vulnerables y desamparados.

Francesco Di Bernardo. Benemérita Universidad Autónoma de Puebla

https://web.archive.org/web/20180417080705/http://www.latinamericanliteraturetoday.org/es/2017/octubre/temporada-de-huracanes-de-fernanda-melchor






Escritora y periodista mexicana, Fernanda Melchor nació en Veracruz en 1982. Se graduó en Periodismo en la Universidad Veracruzana y estudió un máster en Estética y Arte en la Universidad Autónoma de Puebla.

Sus cuentos y relatos han sido publicados en revistas como Replicante, Letras Libres y Vice, entre otras, y también han formado parte de numerosas antologías.

La trayectoria literaria de Melchor comenzó en 2013 con la publicación de Falsa liebre, seguida de Aquí no es Miami y Temporada de huracanes. Esta última, que destapa los bajos fondos de Veracruz, fue considerada por los críticos como una de las mejores novelas de México en 2017 y galardonada dos años más tarde con el Premio Internacional de Literatura otorgado por la Casa de las Culturas del Mundo en Berlín. 

OBRAS
Páradais. 2021  
Temporada de huracanes. 2017 (2019)  
Aquí no es Miami (Crónicas). 2013 (2018)  
Falsa liebre. 2013  

PREMIOS
Ganadora del Primer Certamen de Ensayo sobre linchamiento 2002 convocado por la Comisión Nacional de Derechos Humanos.
Ganadora del Virtuality literario Casa de Letras 2007 de la Universidad Nacional Autónoma de México.
Premio Estatal de Periodismo 2009 de la Fundación de Periodismo Rubén Pabello Acosta. 
Premio Nacional de Crónica Dolores Guerrero, 2011. 
Pen Club a la excelencia periodística y literaria 20189​ por su obra Aquí no es Miami, un libro de relatos y crónicas sobre las situaciones generadas por la guerra contra el narcotráfico en el puerto de Veracruz.
Premio Anna Seghers, 2019. 
Premio Internacional de Literatura 2019, Casa de las Culturas del Mundo, Berlín. 
Finalista del Premio International Booker 2020 por la obra Temporada de huracanes. 

https://www.lecturalia.com/autor/22759/fernanda-melchor


ENTREVISTA

Los modos de la violencia: una conversación sobre Temporada de huracanes con Fernanda Melchor





miércoles, 19 de octubre de 2022

"El sueño eterno" | Raymond Chandler | miércoles 19 octubre | 20 h

 


En literatura, algunas obras maestras llegan a la universalidad a través de la puerta de atrás. La literatura de género tiene muchos más seguidores que aceptación crítica, pero no por ello podemos obviar las cualidades de una novela cuando ésta aporta un aire renovador a lo anteriormente escrito. Sin duda, Raymond Chandler (1888-1959) no era un gran estilista, ni siquiera un mediocre estilista, pero sabía escribir, sabía entusiasmar a los lectores con historias que absorben la conciencia en esa inmensa mentira que es la buena literatura. Y lo hizo utilizando uno de los recursos fundamentales para ello: la creación de un gran personaje.


Sin parecerse en nada a Arthur Conan Doyle, supo encontrar la clave del éxito y de la maestría literaria mediante el recurso de hacer entrañable a un personaje y forjarlo como si fuera una persona de verdad en la mente del lector. Por ello, no es de extrañar que El sueño eterno (1939), la primera novela de Philip Marlowe, sea aceptada hoy como una obra carismática, ya no dentro de su género, sino en la literatura universal.

Pocos personajes, antes de su aparición, se asemejan a Marlowe. Él no solo es el detective que arriesga por poco dinero su vida, que solo entiende la ética del trabajo cuando hay unos dólares por medio, sino que dentro de sí lleva la semilla de la soledad que todos cultivamos, y de alguna manera, encarna ese tipo duro que todos quisiéramos ser alguna vez en la vida.

                                 

Marlowe es fatalista y escéptico, rudo y sentimental, lúcido, amargo y solitario. No sabemos bien en qué encuentra placer, qué riesgo ha de correr para que sepa lo que es el miedo. No es un tipo que quisiéramos que entrara en nuestra vida, pero sin duda nos enamoraríamos de él si alguna vez lo conociéramos. Es tan definido, tan concreto en sus rasgos personales, que parece existir en la realidad, y como el cine se ha encargado de elevarlo a los altares del estrellato, pensamos que puede haber un individuo así en cada calle, esperando a que el teléfono suene para mostrar el lado menos caritativo de lo cotidiano.

Pero no. Marlowe parece real, pero precisamente su característica fundamental es que es profundamente irreal, pura ficción, igual que las novelas que protagoniza. El sueño eterno, si se lee detenidamente, no es una novela policíaca al uso, ni siquiera tiene esa dosis de denuncia social de las historias de Hammett. No es que haya un asesinato que haya que desentrañar y un detective que se encarga de hacerlo, sino que en realidad es una sucesión de asesinatos e iniquidades, un continuo resplandor del mal en estado puro, un salvaje alegato de la violencia. Solo la pluma dócil, flexible y humorística de Chandler hace pasar de matute tal cantidad de oprobio por una historia interesante y amena.

Hay mucha ficción en El sueño eterno: las dos hijas del general Sternwood, una arisca y deseable, oscura y contundente; otra ninfómana, inmadura, una lolita por la que cualquier hombre perdería la cabeza. El propio general Sternwood, en su silla de ruedas, tratando de mantener en pie el honor de esa familia desmembrada, parece salir de lo más profundo de una novela de Faulkner. De los demás personajes, apenas hay pinceladas: se sabe de ellos por sus actos, por sus malos actos, y el asesino es asesino hasta el final, y el pornógrafo conoce todos los vicios sexuales. ¿Acaso son marionetas en manos de su autor? No. Son elementos necesarios para que funcione lo que a Chandler le interesa que funcione: su historia.

Para eso crea un personaje poderoso, Marlowe, para que lleve sobre sus hombros el peso de la novela, para que sea él, y nada más que él, la referencia para el lector, la única referencia. Hay un momento en que incluso la trama es lo de menos: a mitad de la novela, parece que la historia ha acabado, que no habrá más misterio puesto que se han resuelto los dos asesinatos que se han cometido. Y sin embargo, la trama se complica y oscurece mucho más a partir de ese momento, porque Chandler sabe que la inmoralidad no tiene fondo y que siempre se puede añadir más horror al horror. Marlowe es como Marlow, el personaje de Conrad: vagabundea por las calles de Los Ángeles viendo el mal de cara, las infinitas formas de aniquilarse el ser humano. Y lo ve siempre desde la posición del descreído, del que no llega a entender del todo la naturaleza de lo que ve, porque así exactamente es el ser humano: desconoce la naturaleza del mal.


Chandler, en su interior, es un convencido inmoral que no toma partido nunca si no es a través de la violencia y el cinismo. Por ello precisamente, sus novelas son pura ficción, como si el autor quisiera decirnos que así no ocurre en la realidad, que una historia así solo puede ocurrir en el papel, donde se consigue mantener diálogos brillantes a cada momento y se sale indemne de todos los peligros.

Si uno lo piensa bien, Marlowe debería haber muerto en esta primera novela, porque es un blanco fácil. Apenas se esconde, aborda todos los peligros, no conoce el miedo, sino que lo encara. Es un excéntrico. Y por eso se le toma cariño al personaje, porque solo un tipo como él puede acercarse a las mujeres como las que imaginó Chandler sin que le tiemblen las manos. Porque solo él puede acometer la rutina del mal con el sarcasmo suficiente para que no le salpique la miseria humana. Chandler la exhibe, la muestra de forma descarnada, pero a ella le añade una risa sardónica, como mofándose de su existencia. Quizá no haya otra forma más realista de enfrentarse al mal.

José Luis Alvarado
https://cicutadry.es/el-sueno-eterno-raymond-chandler-la-falsa-inmoralidad/



NOVELA POLICÍACA Y NOVELA NEGRA


La novela policíaca es un género narrativo en donde la trama consiste generalmente en la resolución de un misterio de tipo criminal. El protagonista en la novela policíaca es normalmente un policía o un detective, habitualmente recurrente a lo largo de varias novelas del mismo autor, que, mediante la observación, el análisis y el razonamiento deductivo, consigue finalmente averiguar cómo, dónde, por qué se produjo el crimen y quién lo perpetró. 


Está generalmente aceptado que, aunque sus antecedentes se remontan más atrás en el tiempo, el género policíaco como tal nació en el siglo XIX de la mano de Edgar Allan Poe, al crear al detective Auguste Dupin en su relato Los crímenes de la Calle Morgue.

Dupin fue el primer detective de ficción, el cual sirvió de modelo a Arthur Conan Doyle para dar vida al “más famoso detective de todos los tiempos”: Sherlock Holmes, que constituye por excelencia el protagonista arquetípico de las novelas policíacas. Doyle, junto a Agatha Christie, fundó lo que se conocería como la escuela británica de novela policíaca.

Con el paso de los años, la novela policiaca fue evolucionando hacia formas narrativas más complejas, la resolución del misterio planteado como un juego de lógica dejó de ser el objetivo principal de la obra, quedando en primer plano la denuncia social y un intento de comprender los conflictos del alma humana. Fue así como nació un subgénero dentro de la novela policíaca: la novela negra. La novela negra nació en EE.UU y los padres del género fueron Raymond Chandler y Dashiel Hammett, en cuyas obras se basaron algunas de las películas más representativas del cine negro americano como El halcón maltés o El sueño eterno.

El apelativo de “negra” se debió por un lado a los ambientes oscuros que reflejaban, pero sobre todo a que aquellos relatos se publicaron por primera vez en la revista Black Mask, creada en 1920 por H. L. Mencken y George Jean Nathan y en la Série Noire de la editorial francesa Gallimard nacida en 1945. Aquellas novelas marcaron un antes y un después en la forma de narrar el crimen.

A diferencia de los relatos británicos donde intervenían las clases sociales altas, los crímenes eran generalmente “refinados” y donde el culpable casi siempre era descubierto y castigado por la ley, en la novela negra americana se reflejan sobre todo los ambientes sórdidos de los bajos fondos y el héroe es un personaje cínico y desencantado que habitualmente está sin trabajo, no tiene un dólar en el bolsillo y debe hacer frente él solo, no solo al criminal, sino también a un poder establecido generalmente corrupto.

Aunque el detective o el policía siguen siendo el tipo de protagonista principal, aparecen novelas de crímenes narrados desde otros puntos de vista: a mediados de los años 50 Patricia Highsmith publica El talento de Mr. Ripley, la primera de una magnífica serie de novelas que narran las peripecias de Tom Ripley, un estafador que suplanta a las personas a las que asesina.

Aunque la novela negra sufrió una época de crisis en los años 60, desde los 80 hasta nuestros días han seguido apareciendo grandes figuras que han mantenido vivo el género: Julian Symons, PD. James, Ruth Rendell y más recientemente Henning Mankell, Fred Vargas, Andrea Camilleri o Donna Leon entre otros. En España también merecen especial mención Manuel Vázquez Montalbán, Francisco García Pavón, Juan Madrid y Andreu Martín, y más recientemente Lorenzo Silva o Alicia Giménez Bartlett. 

BILIOTECA NACIONAL DE ESPAÑA

http://www.bne.es/es/Micrositios/Guias/novela_policiaca/Introduccion/



martes, 13 de septiembre de 2022

"Nueve cuentos malvados" | Maergaret Atwood | miércoles 14 septiembre | 20 h

 


Cuando eres una persona mayor puedes elegir. Puedes ser una vieja bruja malvada o una anciana sabia. A mí me gusta alternar.

Margaret Atwood

Los Nueve cuentos malvados de Margaret Atwood hacen honor al adjetivo que los califica más que al número en clave Salinger. En efecto, son relatos donde la maldad, asociada a la belleza y también a la decadencia del cuerpo, protagoniza una serie de historias que reúne a varias generaciones de artistas y bohemios. Y Atwood narra desde la perspectiva de la gente mayor que lucha por la vida entre el recuerdo y un presente ominoso.

Nueve, al parecer, es la cantidad justa para un libro de cuentos. Desde el inigualable Nueve cuentos de J. D. Salinger, la fórmula vuelve en autores y autoras de distintas geografías del mundo. En su último libro en español, la escritora canadiense Margaret Atwood repite el modelo, como si fuese un homenaje paródico al guardián que murió oculto entre el centeno. Sin embargo, como sabemos, Atwood no es una escritora más. No necesita utilizar estructuras canonizadas para brillar con el reflejo del éxito ajeno. El contenido de Nueve cuentos malvados, publicado originalmente en el 2014 con el nombre Colchón de piedra, no se arrima al universo salingeriano. 

Por el contrario, lleva nueve dosis puras de lo mejor de Margaret Atwood, donde se mezclan géneros, preguntas contemporáneas y una prosa corrosiva que deja al lector con una sonrisa idiota, como si estuviera viendo en la calle a una vieja dándole bastonazos a un policía.

Antes de ser la eterna candidata al Premio Nobel y la autora detrás de la serie Handmaid’s Tale, Margaret Atwood fue poeta. A los veintipocos años escribía versos sobre la historia canadiense del siglo 19, alternados con poemas sobre el amor, la familia y el paso del tiempo. En el tríptico de cuentos que abre Nueve cuentos malvados, Atwood recupera ese ambiente de juventud, que trajinó junto a poetas y bohemios de diferentes linajes. En su gran mayoría son hombres que bebían de prestado, sobreactuaban existencialismo y explotaban sentimentalmente a mujeres que se ocupaban de pagar las cuentas y de cuidar su deseo, el de ellos, claro. Como dice Constanza, una de las protagonistas de la saga: “Las chicas de entonces hacían esas cosas: se desvivían por salvaguardar la genial concepción que tuviera de sí mismo el chico de turno”.

En el tríptico de la Cafetería Riverboat, como llama Atwood al sitio donde se amontonaban poetas en Toronto en los sesenta, los personajes, que saltan de un cuento al otro, miran el pasado desde un presente con arrugas, próstatas hinchadas y alucinaciones generadas por el ácido lisérgico de la vejez. Al igual que en su libro de ensayos Under the thumb, Atwood se ríe de la solemnidad de los poetas de su época, capaces de burlarse de su novia porque escribía fantasy –como ocurre en el maravilloso “Alphilandia”–, pero ineptos para hacer un té sin azúcar o para lidiar con su ego sin lastimar a la persona que dicen amar en sus textos.  

La mirada de Atwood sobre el pasado, mejor dicho, la mirada de sus personajes, no es nostálgica. No lo cristalizan en formas ideales ni lo dejan guardado en un cajón, como un álbum de fotos para repasar en los aniversarios. En los cuentos, hermosamente malvados, el pasado es reelaborado desde el presente; el recuerdo moviliza a los personajes, los pone en acción. Sucede en “La Dama Oscura”, donde el funeral de un antiguo amor deviene en la liberación de un rencor avinagrado entres mujeres que compartían amante. O, con mayor intensidad, en “Colchón de piedra”: el encuentro casual en un crucero de jubilados entre Verna y Bob –“el Partidazo, el Bob de los barrios altos”, que camino al baile de graduación violó a la joven Verna, y abandonó en un descampado–, se convierte en un acto de justicia poética que reconcilia al lector con su dimensión más mórbida. 

Lo único que los personajes de Atwood añoran del pasado son los cuerpos sanos, que no deben depender de pastillas para respirar ni de enfermeros que los acunen para ir a dormir. “Creías que con la edad serías capaz de trascender el cuerpo. Pero eso sólo se consigue a través del éxtasis, y el éxtasis se alcanza a través del cuerpo precisamente. Sin el esqueleto y la nervadura de las alas, no hay vuelo”, se dice Wilma, la protagonista de “A la hoguera con los carcamales”, quizás el mejor cuento de un libro de cuentos muy buenos. Wilma, que padece el síndrome de Charles Bonner que le hace ver enanitos imaginarios, debe escapar junto a Tobías, su romance de geriátrico, de una grupo de jóvenes con caretas de bebés que asedian a viejos y viejas hasta la muerte, como si fuese una adaptación libre del clásico Diario de la guerra del cerdo. 

Otra de las virtudes de Nueve cuentos malvados es la versatilidad de géneros que trabaja Atwood en un mismo volumen. Pasa del thriller duro y puro en el ingenioso “El novio liofilizado”, al gótico en “Lusus naturae” o al realismo intelectual –por llamarlo de algún modo– en “La mano muerta te ama”, donde un contrato firmado por necesidad y urgencia en los años universitarios, condena a un escritor de best sellers a actualizar mes a mes las presencias de sus antiguos compañeros de cuartos. 

Nueve cuentos malvados es un libro ecléctico, compuesto por ficciones escritas en diferentes contextos, a pedido de revistas y antologías, que son enhebradas por la prosa pícara, elegante y reflexiva de Atwood.

Durante el principio del siglo veinte, la maldad como elemento estético estuvo vinculada al Expresionismo, que ponía el foco en la percepción de la catástrofe moderna que estaba a la vuelta de la esquina. A lo largo de su obra, Atwood toma dimensiones del expresionismo y de la ficción especulativa para decirnos que la maldad llegó hace rato, que ya no es necesario anunciarla, que en el nuevo siglo está aquí, entre nosotros. “La belleza tiene su lado oscuro”, dice en la primera página del libro, “igual que las mariposas venenosas”.

En sus Nueve cuentos malvados los personajes encuentran el veneno en la persona que aman, en la mano amiga, en el perro que les mueve la cola, como sucede en el cuento “Sueño con Zenia, la de los colmillos rojo brillantes”. Y, sobre todo, sienten recorrer el veneno en sus propios cuerpos, gastados, vencidos, pero que aún tienen la fuerza necesaria para hacer una última maldad. O, al menos, para imaginarla.

Damián Huergo

https://www.pagina12.com.ar/205846-nueve-cuentos-malvados





La escritora canadiense Margaret Eleanor Atwood nació el 18 de noviembre de 1939, en Ottawa, Ontario. Es bien conocida por su prosa de ficción y por su perspectiva feminista.

Cuando era adolescente, Atwood dividía su tiempo entre Toronto, la residencia principal de su familia, y la región escasamente poblada del norte de Canadá, donde su padre, un entomólogo, realizaba investigaciones. Comenzó a escribir a los cinco años y reanudó sus esfuerzos, más en serio, una década después. Después de completar sus estudios universitarios en el Victoria College de la Universidad de Toronto, obtuvo una maestría en literatura inglesa del Radcliffe College, en Cambridge, Massachusetts, en 1962.


En sus primeras colecciones de poesía, Double Persephone (1961), The Circle Game (1964, revisado en 1966) y The Animals in That Country (1968), Atwood reflexiona sobre el comportamiento humano, celebra el mundo natural y condena el materialismo. La inversión de roles y los nuevos comienzos son temas recurrentes en sus novelas, todos ellos centrados en mujeres que buscan su relación con el mundo y las personas que les rodean.


The Handmaid's Tale, publicada en 1985 (El cuento de la criada,  adaptada al cine en 1990) se construye en torno al registro escrito de una mujer que vive en esclavitud sexual en una teocracia cristiana represiva del futuro, que ha tomado el poder a raíz de una crisis ecológica; una serie de televisión basada en la novela se estrenó en 2017 y fue escrita por Atwood.
La novela Los testamentos -continuación de El cuento de la criada- fue publicada en 2019.

Ganadora del premio Booker, El asesino ciego (2000) es una narración intrincadamente construida centrada en las memorias de una anciana canadiense que aparentemente escribe para disipar la confusión sobre el suicidio de su hermana, y su propio papel en la publicación póstuma de una novela supuestamente escrita por su hermana.

Otras novelas de Atwood incluyen la surrealista La mujer comestible (1969); Resurgir (1972, película 1981), una exploración de la relación entre la naturaleza y la cultura que se centra en el regreso de una mujer a su hogar de la infancia, en el desierto del norte de Quebec; Doña Oráculo (1976); Ojo de gato (1988); La novia ladrona (1993, película de televisión 2007); y Alias Grace (1996), un relato ficticio de una niña canadiense de la vida real, que fue condenada por dos asesinatos en un juicio sensacionalista de 1843; una miniserie de TV basada en este último trabajo se emitió en 2017, escrita por Atwood y Sarah Polley.

La novela de Atwood de 2005, Penélope y las doce criadas, se inspiró en la Odisea de Homero.

En Oryx y Crake (2003), Atwood describió un apocalipsis inducido por plagas en un futuro cercano, a través de las observaciones y recuerdos de un protagonista que posiblemente sea el único sobreviviente del evento. 

Los personajes menores de ese libro vuelven a contar la historia distópica desde sus perspectivas en El año del diluvio (2009).

Maddaddam (2013), que continúa recurriendo a los hilos bíblicos, escatológicos y anticorporativos que atraviesan las novelas anteriores, lleva la trilogía satírica a un desenlace.

La novela Por último, el corazón (2015), originalmente publicada como un e-book serial (2012-13), imagina una América distópica en la que una pareja se ve obligada a unirse a una comunidad que funciona como una prisión. La semilla de la bruja (2016), una narración de La Tempestad de William Shakespeare, fue escrita para la serie Hogarth de Shakespeare.

Atwood también escribió cuentos cortos, recopilados en volúmenes tales como Dancing Girls (1977), Bluebeard's Egg (1983), Wilderness Tips (1991), Moral Disorder (2006) y Stone Mattress (2014). Su no ficción incluye Negociando con los muertos: Un escritor en la escritura (2002), que surgió de una serie de conferencias que dio en la Universidad de Cambridge; Payback (2008; película 2012), un ensayo apasionado que trata la deuda, tanto personal como gubernamental, como un problema cultural más que político o económico; y In Other Worlds: SF and the Human Imagination (2011), en el que ilustra su relación con la ciencia ficción. 

Atwood escribió el libreto para la ópera Pauline, sobre la poeta india canadiense Pauline Johnson; se estrenó en el York Theatre en Vancouver en 2014.

Además de escribir, Atwood enseñó literatura inglesa en varias universidades canadienses y estadounidenses. Ganó el Premio PEN Pinter en 2016 por su espíritu de activismo político que enhebra su vida y obra.



jueves, 9 de junio de 2022

"Kafka en la orilla" | Haruki Murakami | miércoles 15 de junio | 20 h

 


Que un tipo hable con gatos o lluevan peces del cielo no sorprende ya al lector de narra­ti­va contemporánea, de vuelta de casi todo y camino de casi nada, si acaso de la tierra prometida de la hipermodernidad de Lipovetsky, en la que comienza a habitar una ficción irremediablemente urdida con clichés, apagado ya el fragor de la guerra contra el cliché, y saciada de sus urgencias de originalidad y de éxito con un ilimitado eclecticismo en el que se imbrican distintas tradiciones. 

Juegan también a la ficción literaria todas las manifestaciones de la cultura contemporánea, sin distinción de nivel intelectual ni de procedencia geográfica: lo popular y lo culto junto a lo icónico y lo literario, lo real conviviendo con lo onírico, y códigos, estructuras genéricas, mitos y formulas heterogéneos emplazados en las páginas de esta novela de complacida promiscuidad. 

De este tipo de ficción es Haruki Murakami uno de sus más enaltecidos mandarines desde la publicación de Tokio Blues (o Norwegian Wood, 1987), una historia de sexo, amor y muerte con consciencias perturbadas al fondo que se convirtió en un éxito internacional sin precedentes, pese a que algunos ya trataron de proscribirlo acusándolo de frívolo impostor. Y no es preciso ser su detractor para asumir que Murakami es un maestro de la impostura, que alcanza a dominar hasta el límite de darle la apariencia de la naturalidad.
 
Kafka en la orilla (2002), escrita originalmente en japonés, significa la consolidación de Murakami y de su estilo, hipnótico, simbólico e histriónico a un tiempo, urdido a base de ecos y de reescrituras y manipulaciones transtextuales de modelos de ficción y de textos consolidados en el imaginario del lector modelo (¿no es acaso una versión del episodio de la magdalena mojada en el té de Proust el fragmento 

«(...) vuelvo a la mesa, me siento en una silla. En la taza aún queda un poco de infusión. No toco la taza, la dejo como está. Esta taza pronto será una metáfora de los recuerdos que se irán perdiendo», (p. 554). 

Kafka Tamura es un personaje creado a imagen y semejanza de aquel Antoine Doinel de Los cuatrocientos golpes de su admirado Truffaut, cumple quince años y se va de casa emprendiendo un viaje iniciático atrapado en el símbolo del bosque que nace de El sueño de Polifilo y la tradición hermética:

«Quiero comprobar hasta dónde soy capaz de penetrar en la profundidad del bosque. Sé que entraña peligro. Algo me impele a avanzar» (p. 458). 

Es también semejante en el tono del relato autobiográfico al de Holden Caulfield –Murakami tradujo al japonés El guardián entre el centeno de Salinger–, y su poderosa primera persona arrastra al lector a un viaje por su consciencia, metamorfoseada en un joven llamado Cuervo (lo que en checo significa Kafka), que adquiere forma de relato onírico en algunas ocasiones, y de fantasía, introspección, parodia de los libros de autoayuda o pastiche del estilo new age y su exploración espiritual en otras:

«Aquella noche me acuesto en la oscuridad y, conteniendo la respiración y con los ojos bien abiertos, espero a que surja alguna figura de entre las tinieblas. Ruego para que aparezca alguien. No sé si mis súplicas surtirán efecto. Pero concentro todos mis sentimientos con la esperanza de que eso ocurra» (p. 459).

El relato de la huida de Tamura, primera línea argumental de la novela, sigue el cauce del mito de Edipo tan al pie de la letra como sigue las picarescas mistificaciones del héroe de Salinger: huye de un padre famoso para abandonarse en brazos de la mujer madura, esto es, para convertirse en amante de una enigmática y vieja bibliotecaria llamada Saeki, tras la que se nos invita a ver a su propia madre, de suerte que la alargada sombra de la tragedia clásica compuesta por Sófocles se cierne sobre el protagonista, que habrá de sufrir el aciago sino como un nuevo Edipo rey. 

La ­llegada a la biblioteca Kômura de Ta­kamatsu, de reminiscencias borgesianas (la biblioteca de Babel entendida como metáfora de la sabiduría, esto es, del final del aprendizaje), la identidad extraviada del enigmático bibliotecario, el travesti Oshima, las apariciones fantasmales, el sexo obsesivo con Saeki, el poder perturbador de sus imágenes y la atmósfera psicótica y onírica a un tiempo de muchas de las páginas de esta primera línea argumental remiten sin asomo de duda al cine de David Lynch, y Blue Velvet y Mulholland Drive vienen entonces a la memoria.

En cambio, los episodios que conciernen a Store Nakata, el protagonista de la segunda trama de la novela –que se alterna con la primera, con la que mantiene una relación de ósmosis, por decirlo de algún modo, de concomitancias sin interferencias–, remiten por igual, a la hora de explicar la experiencia que el anciano Nakata tuvo de niño, con otros chicos, en lo alto de una montaña, hipnotizados de forma sobrenatural, a la ciencia-ficción, al ocultismo contaminado de hipótesis alienígenas y a un empleo sui géneris de los métodos del nuevo periodismo y de la novela de no ficción. Murakami inventa unos informes del ejército norteamericano –y en este punto el satírico y paranoico universo ficcional de Kurt Vonnegut se asoma por un momento a la narración– para especular acerca de los motivos que pudieron producir la insólita experiencia de Nakata, a raíz de la cual quedó amnésico y capacitado por un tiempo, sin embargo, para hablar con los gatos y lograr que del cielo lluevan peces, dos incursiones en el más canónico realismo mágico. 



Esta segunda línea trae también consigo una sátira de nuestra sociedad de consumo y una denodada complacencia en el gore de la mano de un personaje publicitario, Johnnie Walken (¡Walker!), Señor del Whisky, al que se le ha insuflado vida para que camine por la novela quitándosela a los gatos, abriéndolos en canal y comiéndose sus corazones en un ritual de sangre, secuencias y ritmo que le debe mucho al cómic y al manga, presente en otros episodios de la novela, como el del apaleamiento entre moteros camorristas en un área de servicio, al final del capítulo 20. 

Nakata, incapaz de asumir tanto horror, asesina a Johnnie de varias puñaladas, y el lector, recordando a Sófocles y la profecía, entiende que la-etiqueta-del-whisky-convertida-en-hombre es el padre de Kafka Tamura, y que, como casi siempre en Murakami, la metáfora ha anegado de nuevo el texto. 



Cobra vida también «el viejo de los carteles del Kentucky Fried Chicken», el Coronel Sanders (exacerbado todo, ahora vemos cómo ha crecido el enano de la publicidad que el pop legitimó en el arte de los sesenta), y convive con personajes históricos y con héroes inventados, porque en la ficción de Murakami sólo cabe suspender indefinidamente la incredulidad y dejarse llevar por las tribulaciones emocionales y los designios de la imaginación de unos personajes condenados a la huida hacia delante –la guitarrista Reiki de Tokio Blues se refugia en un sanatorio y Kafka Tamura en una biblioteca, ambos navegantes a la deriva de sus propias vidas–, o enjaulados por el pasado que dirige su destino y por el miedo a la madurez.

Escribiendo párrafos de metafísica pseudotrascendente (al autor de Kioto le fascina la creación de un lenguaje que suscite sensaciones, dejándose llevar en ocasiones por la grandilocuencia) junto a frases que describen un pitillo de Marlboro encendiéndose, que anota versos de Macbeth y habla de Jung y el Genji clásico y a la vez nos hace oír el motor de un Volkswagen Golf, escuchar las sonatas de Schubert después de oír a Prince y ver la hora en un Rolex, Murakami abraza el eclecticismo porque se salta a la torera los cánones. 

Profana y desordena a su antojo la tradición y, no sintiéndose atado a una historia, sino liberado por su imaginación, construye de forma libérrima, al modo de una escritura automática no llevada al límite: «Lo único que hago es perseguir las imágenes que acuden a mi mente y, siguiendo ese flujo, voy escribiendo» (El País, 26 de febrero de 2007). Atiende así a cuantos ejercicios de estilo, caprichos narrativos, audaces imaginerías místicas o escatológicas y referencias culturales le asaltan durante el proceso de redacción, como sucede con las fluctuaciones de persona gramatical al final del diálogo entre Tamura y Saeki del capítulo 33, que concluye con una escena de hard porn narrada en segunda persona desde el punto de vista de Tamura, en un complejo juego de focalizaciones, narradores y consciencias.

A Murakami le fascina el hecho mismo de escribir, la sensación física, táctil, de crear mundos mentales con los que sacudir al lector. Lo dice la señorita Saeki, con su pluma Montblanc en la mano y haciéndole de portavoz a su creador:

«El hecho de escribir ha sido importante. Aunque lo que haya escrito, como resultado, no tenga ningún sentido» (p. 395).



Kafka en la orilla representa de mil modos las encrucijadas de nuestro tiempo, un tiempo en el que tradiciones, culturas y lenguajes se han globalizado y contaminado hasta desnaturalizarse y reinventarse. La ficción de Murakami –ecléctica, digresiva, culturalista– pertenece, como se ha dicho con sobrada razón, a la era de Google, de los discursos imbricados, de las secuencias incoherentes y ya no lineales, de los inputs múltiples, no jerarquizados, difícilmente ordenables y ya ina­bar­ca­bles, la era del cut & paste y de una cibercultura hiperconsumista y globalizada que genera, por contraste, tanto el retorno a una espiritualidad más liviana y pragmática de lo que aparenta, como la asunción de una soledad sorprendentemente interconectada y comunicada. 

JAVIER APARICIO MAYDEU
https://www.revistadelibros.com/articulos/kafka-en-la-orilla-de-haruki-murakami






Haruki Murakami es uno de los escritores japoneses más conocidos de la actualidad, tanto en su país como fuera de él. Su generación de escritores fue influenciada por la literatura contemporánea norteamericana. Él mismo ha traducido a Tobias Wolff, Francis Scott Fitzgerald, John Irving o Raymond Carver, a los que considera indudables maestros.

Murakami nació en Kioto pero se crio en Kobe. Sus padres eran profesores de literatura japonesa y de ahí vino su interés por ella. Influenciado por la cultura occidental tanto en la literatura como en la música, son esas inclinaciones las que lo diferencian de otros autores japoneses.

Estudió Literatura y Griego en la Universidad de Waseda (Sodai), donde conoció a su esposa Yoko. Su primer negocio fue un bar de jazz llamado "Peter Cat", una muestra de su gran amor por la música, uno de los grandes y necesarios referentes a lo largo de toda su obra.

Tokio Blues fue la primera de sus obras que despuntó y su fama le convirtió en una verdadera estrella en Japón. Después de pasar una larga temporada en Estados Unidos en la que escribió Al sur de la frontera, al oeste del sol (1992) y Crónica del pájaro que da cuerda al mundo (1995), Murakami decidió volver a Japón tras el famoso terremoto de Kobe y el atentado terrorista con gas sarín al metro de Tokio, sucesos sobre los que escribiría posteriormente.

Desde su vuelta a Japón, publicó Sputnik mi amor (1999) y Kafka en la orilla (2002), que le valieron el definitivo espaldarazo internacional y el seguimiento fiel de una verdadera legión de lectores. Estos libros fueron seguidos por After Dark (2004), 1Q84 (2009) y Los años de peregrinación del chico sin color (2013). Murakami ha sido postulado al Premio Nobel de Literatura gracias a obras como 1Q84, trilogía que rompió todos los récords de venta en Japón. 

Sus obras tienen un marcado toque surreal y de fatalismo; en ellas refleja la soledad y el ansia de encontrar y poseer el amor, crea mundos donde mezcla lo real y lo onírico, la felicidad con la oscuridad, consiguiendo atraer la curiosidad e inquietud de los lectores. Su carrera literaria no consta solo de novelas, también de recopilación de relatos, ensayos y cuentos ilustrados.

Reconocido en todo el mundo, ha sido galardonado con premios como el Noma (1982), el Tanizaki  (1985), el Yomiuri (1996), el Franz Kafka (2006) o el Jerusalem Prize (2007). En España, ha recibido la Orden de las Artes y las Letras del Gobierno Español y el Premi Internacional Catalunya 2011.