Jiro Taniguchi
es un viejo conocido de esta página. Al hablar del excepcional
autor japonés en seguida salen conceptos como “humanismo”, “memoria”,
“detalle”, “delicadeza”, «intimismo», “sentimiento”, “profundidad”, “calidez”,
etc. que adornan la verdad incontestable de que estamos ante un maestro de lo
suyo. Y lo suyo es el alma humana. En formato de cómic, sí, ¿pero desde cuando
el alma humana entiende de vasijas o recipientes?
El olmo del
Cáucaso, publicado en Japón en 1993, revalida observaciones anteriores: el
dibujo es precioso; la narrativa, clara y exacta; las historias, evocadoras. Su
pincel explora y despliega una anécdota encantadora, desde entonces
inolvidable. Todo esto se ha dicho antes; acaso mejor. En este sentido, los
ocho relatos reunidos bajo este epígrafe son “más de lo mismo”. Entendido que
esto mismo es, en realidad, maravilloso y no queremos que cambie.
Observamos, con
todo, nuevas constantes, pequeñas divergencias, acordes que no desentonan, pero
que suben la melodía una octava: la enfermedad, el temperamento artístico,
visos de misoginia, cierto moralismo de la vieja escuela, sin duda extraídos de
la literatura de Utsumi. Ryuichiro Utsumi, novelista japonés (1937-2015) y
completo desconocido por estos lares, cedió su prosa a las imágenes de
Taniguchi, un vibrante maridaje que ni siquiera sospecharíamos de no reparar en
la abundancia de los cuadros de texto, más “literarios” de lo que acostumbra, y
la sutil insistencia en asuntos relativos al ocaso de la vida que podrían
quedar enmascarados entre la interpelación habitual a la memoria, por una vez
desligada de la figura paterna.
El olmo del
Cáucaso es puro Taniguchi. Y amamos a Taniguchi porque…
… sus
personajes viven y respiran, pero su bonhomía no se detiene en los seres
humanos sino que abarca a toda la creación. En el bello cuento que da título al
volumen (págs.5-30) descubrimos que las cosas que apreciamos, que hemos llegado
a amar como parte de nosotros mismos, nacieron a veces como incomodidad o
incomprensión, una piedrecita en el engranaje de los cuidadosos proyectos que
fútilmente habíamos planeado. Un árbol puede encerrar la esencia de lo que
somos y servirnos de espejo en nuestra relación con la naturaleza y los demás.
… nuestros
actos son a veces malinterpretados, sobre todo si un adulto pretende discernir
los sentimientos de un niño. En El caballo blanco de madera (págs.31-56)
volvemos a recrearnos en la maestría de Taniguchi para las expresiones
faciales. Una fina línea, ligeramente curva, puede ser todo lo que necesitamos
para destapar el cariño escondido tras los labios. En El paraguas
(págs.107-134) los dos hermanos, distanciados tras el divorcio de sus padres,
van creciendo ante nuestros ojos, conservando sus rasgos esenciales, pero
ocultando tras despechos, mimos o indiferencia la naturaleza de sus afectos.
… la vida juega
malas pasadas y a veces hacemos daño a quienes amamos sin razón aparente. En
Reencuentro (págs.57-82) un diseñador de fama descubre por casualidad la
presencia cercana de su hija, a quien abandonó cuando era un bebé. El éxito
profesional no ha borrado las decepciones de la vida, implantadas ya en ese
pelo que ralea, esas gafas necesarias y esos kilitos de más. El recuerdo de una
infancia truncada queda preso en un cuadro triste expuesto en una galería que
pide a gritos una reconciliación.
… la felicidad
reside en las cosas sencillas, especialmente a medida que lo que nos queda por
delante es bastante menos que lo que hemos dejado atrás. En La vida de mi
hermano (págs.83-106) dos ancianos charlan en una fonda sobre los distintos
caminos tomados y sus consecuencias. En Los alrededores del museo
(págs.135-160), Taniguchi destina una de sus raras splash page a una pareja de
jubilados sentados en un parque, compartiendo delicadas confidencias una tarde
de verano. En la 1ª, el autor dibuja cada ventana, calle o línea telefónica, en
insuperables fondos que respiran autenticidad; en la 2ª, la pequeña naturaleza
urbana de cielos pletóricos y árboles en flor inyectan su vitalidad a los
cansados cuerpos de los protagonistas.
… la infancia
nunca fue ese paraíso que nos empeñamos en recrear. En Atravesando el bosque
(págs.161-186) un chaval descubre durante una improvisada excursión que empieza
a comprender las trampas del mundo adulto y envidia la ingenuidad de su hermano
menor, que -a sus decepcionados ojos- tiene todavía una oportunidad de ser
feliz.
… la soledad y
la incomprensión pueden confundirse con desprecio o maldad. En la emotiva Su
pueblo natal (págs.187-214) una joven francesa sobrevive a una terrible pérdida
abrazando las costumbres de su país de adopción. El arte del katazome (tintura
realizada con plantilla) le servirá para encontrarse a sí misma y a los demás.
En definitiva,
Taniguchi lo ha vuelto a hacer. Si gustan -como yo- de las historias cortas, de
los pequeños retazos de vida que tan bien retrata el autor, este volumen,
publicado por Ponent Mon en 2004, les hará pasar unos gratos momentos.
Contiene, al menos, dos obras maestras (El olmo del Cáucaso y Su pueblo natal)
que nadie debería perderse. La edición, como viene siendo habitual, es la
versión adaptada al sentido de lectura occidental por Frédéric Boilet (La
espinaca de Yukiko), según expreso deseo del autor nipón.
Javier Agrafojo
https://www.zonanegativa.com/el-olmo-del-caucaso/