Aparentemente, la voz narradora es la de un niño de diez
años, pero en modo alguno es una novela de aprendizaje. En todo caso sería un
aprendizaje a posteriori y me explico.
El autor, Erri De Luca, no pretende en
ningún momento remedar el habla, los sentimientos o los anhelos de un niño
pequeño. Como él mismo dice al respecto (p. 22) “Me arrimo a través de la
escritura a mi yo de hace cincuenta años, para un jubileo privado mío”.
Jubileo, aquí, equivale a revisitación, reexamen, constatación de algo que ya
forma parte de lo más profundo de uno mismo y que se aprendió entonces, a los
diez años.
El narrador, como
tantos otros niños, tiene padres, asiste
a un colegio, convive con amigos
/enemigos y atesora el recuerdo de un verano fundacional en una de las islas fronteras a Nápoles (casi
con toda seguridad Prócida) en compañía de su madre y una hermana más pequeña.
El padre, hijo a su vez de una norteamericana que se afincó en Nápoles y ya nunca más quiso volver a su país, siempre ha deseado emigrar a la patria ancestral. Pero su mujer, la madre del narrador, es una napolitana de rompe y rasga y no ve qué necesidad tiene de aislarse de su entorno y dejar su vida para enterrarse en un país desconocido. “Ve tú”, le dice al esposo y padre, “y yo te espero aquí con los niños”. Resultado: el padre, que incluso había encontrado ya un trabajo en América, opta por regresar a Nápoles y no salir nunca más de allí. Veredicto del narrador acerca de su padre: “El suyo fue un exilio sin viaje”.
El padre, hijo a su vez de una norteamericana que se afincó en Nápoles y ya nunca más quiso volver a su país, siempre ha deseado emigrar a la patria ancestral. Pero su mujer, la madre del narrador, es una napolitana de rompe y rasga y no ve qué necesidad tiene de aislarse de su entorno y dejar su vida para enterrarse en un país desconocido. “Ve tú”, le dice al esposo y padre, “y yo te espero aquí con los niños”. Resultado: el padre, que incluso había encontrado ya un trabajo en América, opta por regresar a Nápoles y no salir nunca más de allí. Veredicto del narrador acerca de su padre: “El suyo fue un exilio sin viaje”.
Esa meticulosa
concisión del lenguaje es uno de los muchos atractivos de leer a Erri De Luca,
del que voy a tomar prestados un par de
ejemplos más. Por estar situados uno
frente al otro, el instituto de chicos y el de chicas eran testigos diarios de
cómo a la salida de clase se producía la
clásica y conflictiva mezcla de ambas clientelas. Definición del narrador:
“Masculino y femenino exasperaban sus diferencias para gustarse”.
Y la hermana, que era un auténtico
torbellino, inducía al narrador a participar en toda clase de juegos pero
fundamentalmente unos partidos de fútbol en los que valían los empujones,
pellizcos, chillidos y puntapiés.
Más tarde pasaría a otros juegos en los que
ella ponía a prueba su talento para buscar los ángulos, unos tiros que partían desde el instinto de
geometría. Veredicto del narrador: esa geometría se ponía en práctica “con estilo, que es una
levedad en el esfuerzo”.
Obviamente, sería ridículo atribuir a un niño de diez años
una definición del estilo como una levedad en el esfuerzo, ver en la estancia
forzosa del padre en Nápoles un exilio sin viaje o en los patosos esfuerzos de
aproximación entre chicos y chicas una (lamentable) exhibición de lo masculino
y lo femenino, cada cual en lo suyo.
Donde mejor se ve la intención última del
autor al revisitar la infancia es en la relación con Ella, siempre descrita o
nombrada como “una chica del norte” porque Erri De Luca, cincuenta años
después, recuerda casi segundo a segundo
la impresión (en el sentido de incisión, marca indeleble) que dejó ella
en él, aunque por desgracia no recuerda su nombre ni, caso de encontrársela
ahora, está seguro de ir a reconocerla.
Pero aquel encuentro de verano, descrito con extraordinaria
delicadeza, es lo que permite hoy al
auténtico narrador saber de lo que habla cuando hace referencia a sus
sentimientos. Y no puedo resistir la tentación de acudir una vez más al texto,
pues lo dice infinitamente mejor de lo que pueda hacerlo yo. Se refiere al
momento en que, al cabo de una larga y dolorosa pero también estimulante
peripecia, esa chica del norte que al día siguiente se marchará para siempre,
le besa en los labios.
Para la primigenia pareja humana, dice el narrador, la primera noche, desconocida, les pareció a ellos el resto del día primero, desmigajado en puntitos de luz. No sabían si regresaría el sol, de modo que se abrazaron. “Sé de esa primera vez porque tuve yo también aquella hora en la boca, en un instante idéntico al de ellos, sobre una arena de playa, con el cielo descubierto sobre la cabeza”.
Para la primigenia pareja humana, dice el narrador, la primera noche, desconocida, les pareció a ellos el resto del día primero, desmigajado en puntitos de luz. No sabían si regresaría el sol, de modo que se abrazaron. “Sé de esa primera vez porque tuve yo también aquella hora en la boca, en un instante idéntico al de ellos, sobre una arena de playa, con el cielo descubierto sobre la cabeza”.
De entrada, saber que Los peces no cierran los ojos es un
texto en el que se narran las peripecias veraniegas de un niño de diez años da
una cierta pereza. Otra vez, piensa el
presunto lector mientras ojea el libro en la librería. Pero si lo vuelve a
depositar en el montón correspondiente
se equivocará lamentablemente.
Y demostrará una también lamentable falta de confianza en Erri De Luca, uno de los escritores más interesantes y, con toda justicia, más exitosos del panorama italiano actual.
Y demostrará una también lamentable falta de confianza en Erri De Luca, uno de los escritores más interesantes y, con toda justicia, más exitosos del panorama italiano actual.
Fuente:
elboomeran.net