Hojarasca contiene aquellos
poemas que fueron excluidos de mis libros de poesía anteriores a lo largo de
los últimos veinte años. Pasado el tiempo, me he dado cuenta de que esos poemas
desechados en su momento –por motivos que hoy no alcanzo a comprender del todo–
son espejos en los que descubro, conmovido, a aquel que fui una vez y en los
que reconozco una parte esencial de lo que me define. Puede que entonces los
descartara porque su temática no se ajustaba al espíritu de los poemarios que
fui publicando, porque reincidían en aspectos ya recogidos o por tratar de
algún asunto especialmente íntimo y doloroso. Ahora he decidido revisarlos y
ofrecerles la oportunidad de defenderse y demostrar –o no– que me equivoqué.
Libero, pues, estos versos seguramente recluidos sin razón, esperando que cada
cual inicie la andadura que los lectores le consientan.
Sobre las 20 h compartiremos impresiones sobre el libro de este mes, Lluvia fina, de Luis Landero.
Yo no creo que un novelista, o un
pintor, o un músico, tengan una poética previa al acto creativo, que les sirva
de guía y los ilumine en los momentos de extravío o de tinieblas. Más bien
parece que la poética viene después, como un añadido teórico, como un intento
de explicar lo que, en verdad, pertenece a esa forma no poco misteriosa de
conocimiento que es la intuición, el más o menos inspirado maniobrar en los
márgenes del pensamiento lógico, en los claroscuros abismales del alma ... :
tal es el saber del artista: un saber no sabiendo. El escritor, en cada obra,
ha de renovar sus destrezas, porque su territorio es siempre el de la
incertidumbre. Por lo demás, creo que el arte de escribir es el arte de
observar y, por supuesto, de sentir. La mirada y el corazón. Lo cual equivale a
vivir en el asombro, en el extrañamiento. De modo que un escritor es alguien
que ha prolongado la infancia, y mezclado sus aguas con las más turbias y
experimentadas de la madurez.
Luis Landero
CUANDO LA LLUVIA FINA RASGA LA PIEL
CARMEN PEIRE | 29 MARZO 2019
Ahora ya sabe con certeza que los
relatos no son inocentes, no del todo inocentes. Quizá tampoco lo sean las
conversaciones de diario, los descuidos y equívocos verbales o el hablar por
hablar. Quizá ni siquiera lo que se habla en sueños sea del todo inocente. Hay
algo en las palabras que, ya de por sí, entraña un riesgo, una amenaza, y no es
verdad que el viento se las lleve tan fácilmente como dicen. No es verdad.
Así empieza Lluvia fina, la
última novela de Luis Landero. Lluvia fina que cae sobre nosotros, acariciando,
lluvia fina balsámica que pretende la celebración del 80º cumpleaños de la
madre. Lluvia fina que termina calando. Lluvia fina que empieza a gotear como
chubasco, luego temporal y aguacero. Lluvia fina que se convierte en granizada,
ventisca, pedriza y huracán. Lluvia fina que acaba convertida en nieve, el
final de la novela, copos leves que rozan el alma tras lo leído y sufrido, para
no dañar más en la herida abierta, en la congoja, en la tristeza familiar.
Levedad calvinista (de Italo Calvino: frente a la dureza de la vida la levedad
de la literatura), en donde el final se entrevé, se sugiere, final cerrado
lleno de sutileza.
Me considero landerista desde que
leí Juegos de la edad tardía. Para mí existe ese fenómeno, plenamente
identificable, lo mismo que en el cine existió el landismo (por Alfredo Landa).
Landero para mí significa olor a dehesa y a pueblo extremeño extrapolable a
todos los pueblos, esa mirada particular que se hace universal, infancia de
quincalleros, gente que lucha por sobrevivir, ese afán por salir adelante, en
el pueblo, en la ciudad, en el barrio al que se emigra. Querer progresar desde
abajo. Contar las vivencias historiadas. Ese afán, siempre presente, que va
desde Dacio Gil Monroy, ingeniero y poeta de Juegos de la edad tardía, hasta el
Balcón en invierno, el joven que intenta amoldarse a un medio hostil y
desconocido con los esfuerzos de la madre y las hermanas, su tricotosa, el
barrio, y un padre que no da golpe, con el que intenta reconciliarse una vez
muerto. Y, en todo ello, la mirada melancólica, la ironía, el cariño pese a la
dureza de los personajes o de su condición vital, destilarnos gotas de humor y
bonhomía para que traguemos los episodios peores. La familia está presente,
pero con cariño, benevolencia pese a todo, como queriendo formar parte de esa
unidad. Esa forma de hacerlo era su sello. Hasta ahora.
En Lluvia fina nos chuta sin
anestesia una historia dura, descarnada, negra, sin optimismo, sin humor.
Escritura a borbotones. Él mismo dice que se le cruzó la historia leyendo en un
periódico la noticia de una reunión familiar que acabó con muertos y, como una
revelación, la vio escrita y con título. Y esa es la sensación: más que lluvia
fina parece una granizada de las gordas.
Landero nos ofrece una voz del
narrador pegada a la protagonista, Aurora, la receptora, la que sabe escuchar,
la que recoge todas las versiones de la tragedia familiar, de modo que
"todas las versiones de todas las historias terminan confluyendo en Aurora",
quien también sabe de la dificultad de conocer realmente a alguien, de saber
quién es quién, ni siquiera su marido, de las distintas opiniones que emergen
de cada uno, según sea padre o madre, o primogénita o el pequeño de la familia.
La versión del hermano/marido, tan distinta en función de quien hable. Pero,
sobre esa voz del narrador, lo mejor para mí son los diálogos entremezclados,
todo conversaciones telefónicas o confidencias que recoge la protagonista,
charlas que se mezclan saltando de un personaje a otro, mostrando un mosaico
que al final del libro nos desvela los secretos de cada uno, sus vivencias, sus
frustraciones y traumas.
Las historias familiares duelen,
porque todos tenemos una. Y, en este caso, una historia truncada en la infancia
feliz, cuando vive el padre y se inventa el antepasado Pentapolín, sí, ese
personaje quijotesco, "Pentapolín del arremangado brazo", y que se
suspende con su prematura muerte. A partir de entonces, domina la dureza de una
madre para salir adelante en tiempos de miseria, que marca a fuego a sus hijos,
que marca también a la protagonista, harta de escuchar y de que nadie la
escuche, también con su propia tragedia que nadie tiene en cuenta.
Todo transcurre en la semana de
Carnaval, un tiempo corto, unos días, y permite viajar al pasado, al presente e
incluso a entrever el futuro. Diálogos entrecruzados con monólogos de los
personajes hasta completar la desesperación, los rencores y las memorias
retorcidas y trastocadas. La voz del narrador, insisto, solo entra para aclarar
al lector lo imprescindible. He vuelto al libro una y otra vez, he releído el
final como unas diez veces, de una poética que no voy a desvelar para que lean,
lean, lean la Lluvia fina de Luis Landero. No se olvidarán de él.
Carmen Peire es escritora. Su
último libro es Mapas de asfalto (Menoscuarto, 2024)
Fuente: https://www.infolibre.es/noticias/los_diablos_azules/2019/03/29/cuando_lluvia_fina_rasga_piel_93392_1821.html
ENTREVISTA
Óscar López
habla con Luis Landero sobre Lluvia fina
PÁGINA 2 –
RTVE | 14 MAYO 2019