domingo, 8 de septiembre de 2013

EXPIACIÓN (próximo encuentro: miércoles 18, 20 h.)


La novela que hemos leído este verano fue publicada originalmente en 2001 -llevada al cine en 2007-  y es considerada por muchos como la gran obra de McEwan. Expiación aborda, a lo largo de sus más de 400 páginas, las preocupaciones típicas de la metaficción posmoderna, las inquisiciones del thriller psicológico, la dureza de la novela bélica y el drama de un amor (im)posible violentado por el destino.



La familia Tallis es el entramado generacional que da pie y estructura al relato novelesco. Típica representación de la burguesía rural, conformada por un alto funcionario de la maquinaria estatal y Emily, su esposa -prisionera feliz de un matrimonio sin amor; León, el heredero, Cecilia la hija mayor y Briony, la benjamina y narradora-protagonista. Estas forman junto con Robbie, el hijo de la sirvienta, las figuras principales pero no las únicas, de una trama larga, aguda e interesante, ambientada en la Inglaterra del recién pasado siglo.


El argumento, de algún modo lineal y nítidamente reconstruible en sus aristas históricas, plantea una mirada crítica sobre los usos y costumbres británicos -y por extrapolación occidentales- durante todo el Novecento. La vacuidad de la vida burguesa de los Tallis, los ritos cotidianos (y agobiantes) de la casa en la campiña, la discriminación genérica y social y la crudeza de la guerra son algunos de los tópicos que se entrelazan a través de una prosa cuidada, excelentemente traducida, que sorprende con sus descripciones en filigrana y con voces narrativas de una profunda y tenaz introspección.

Es éste uno de los méritos fundamentales del libro. El rescate de la interioridad de los personajes, delatada por un narrador omnisciente que no hace concesiones al facilismo, permite ahondar en seres agudamente conscientes de sí mismos y de su devenir en el tiempo a través de una determinada historia personal y colectiva. Basta observar las cavilaciones de Briony, que llevando el peso de su insensata, falsa y sostenida acusación de violación contra Robbie, trata de expiar su culpa en los suplicios oblatorios de la enfermería. 



“Briony sintió que la culpa conocida la perseguía con un furor renovado. (…) restregó a fondo los armarios vacíos, ayudó a lavar bastidores con ácido fénico, barrió y enceró los suelos, hizo recados en el dispensario o en el centro de asistencia social (…) Pero sabía que no servía de nada. Por mucho que fregara y por muy humildes que fueran sus ocupaciones de enfermera, y por bien que las cumpliese o lo duras que resultaran, por más que hubiera renunciado a iluminaciones académicas, o a las vivencias de un campus universitario, nunca repararía el daño. Era imperdonable”.





El lector asistirá al debate entre la conciencia de su culpa y las dotes narrativas que le sirven de catarsis: he aquí uno de los nudos argumentales.


En su compleja y elaborada estructura se distinguen, bien diferenciadas, cuatro partes. En la primera parte nos encontramos con un relato (novela) contado en tercera persona por un narrador omnisciente (Briony), que es a la vez personaje protagonista. Observa la realidad y nos describe determinados hechos desde diferentes puntos de vista. Nos muestra una familia burguesa inglesa poco antes de la Segunda Guerra Mundial. Un padre funcionario y ausente, una madre con jaquecas, desencantada y retirada de responsabilidades; la hija mayor, Cecilia, algo alejada de ese ambiente aburrido, y ella misma,  Briony, la pequeña fantasiosa y con ínfulas de escritora... El tedio de la casa en el campo, la tranquilidad, la naturaleza y los protagonistas se van dibujando con un estilo recargado, minucioso y excesivo. 


La llegada de nuevos personajes a ese escenario va a alterar la tranquilidad. Ocurre un desagradable incidente que va a cambiar la vida de todos ellos, sobre todo la de Robbie, hijo de una de las sirvientas de la casa.


La segunda parte, narrada con un estilo totalmente diferente está ambientada en la retirada de las tropas inglesas del norte de Francia. Huyen de los alemanes y tratan de llegar a Dunkerque. Entre ellos está Robbie. Son escenas narradas con una viveza y minuciosidad cinematográfica. Al horror con el que se va encontrando sobrevive gracias a sus recuerdos y a la ilusión por volver con quien le espera. Esos recuerdos nos van completando lo sucedido en la primera parte.


La tercera es la vida de Briony en un hospital de Londres al que llegan las víctimas de la guerra. Son también escenas terribles, de dolor y de entrega. La barbarie de la guerra la vemos a través de sus consecuencias, sin necesidad de asistir a las batallas. El recuerdo, el sentimiento de culpa y  el ansia de expiar una fatídica decisión la completan.

Por fin, unas páginas finales en las que Briony,  ya anciana,  explica la redacción de lo leído, las razones y su opinión sobre la escritura. Es un final emotivo, que termina con el mismo comienzo, la representación de "Las tribulaciones de Arabella", drama escrito por aquella niña (Briony) que nunca se había representado.

Además de la historia en sí, una historia de amor relacionada con el sentimiento de culpa, la novela es una reflexión sobre la escritura desde el principio al final. Hay numerosas citas sobre escritores a lo largo del libro: Jane Austen, Conrad, Eliot, Auden, Dickens, Virginia Wolf... Y el autor hace una crítica (en voz de una revista literaria a la que Briony había enviado el manuscrito) en la que no salen bien paradas esas primeras páginas, a las que tilda de recargadas y lentas, lo que quizá, coincide con la opinión de muchos de nosotros, los lectores, quienes también podremos, al finalizar la lectura, formularse la misma pregunta que cualquier narrador, como Ian Mc Ewan, como Briony, podría hacerse:. 

 "¿Cómo puede un novelista alcanzar la expiación cuando, con su poder absoluto de decidir desenlaces, él es también Dios?".




No hay comentarios:

Publicar un comentario