

Es, en sus inicios, la anécdota más endeble, aunque ha de permitirle recuperar el mundo a los ojos adolescentes de los últimos años de la “Era Trujillo” y describir la intimidad del “monstruo”. El otro vector es el propio general hacia quien, en algunos instantes del relato, Vargas Llosa muestra un deje de admiración por la fortaleza de su carácter, por su rabiosa individualidad y carencia de escrúpulos, su extremada crueldad, sus dotes de observación y su natural concepción del poder omnímodo. Producía “esa parálisis, el adormecimiento de la voluntad, del raciocinio y del libre albedrío” sobre los dominicanos.
El tercero lo ocupa el análisis del comportamiento de los conspiradores, pero cabe destacar el del general José René Román, cuyas vacilaciones han de llevar al pretendido golpe de estado al fracaso y a una atroz represión. Jefe máximo del Ejército, considerado por los conspiradores como un traidor, se muestra no sólo incapaz de cumplir con lo convenido, sino que actúa precisamente al revés. Acabará por ser él mismo la víctima peor tratada. La novela se sitúa en los años finales del régimen, ya aislado por la OEA, abandonado por los EE.UU., asfixiado económicamente.
Cabe decir que Vargas Llosa ha sabido combinar los elementos de modo que la acción se forma trepidante. Las páginas en las que se describe el comportamiento de cada uno de los conjurados, tras la tensa espera, el atentado y, en especial, las terribles torturas que se ejecutan bajo la dirección del hijo mayor -un perturbado mental- de Trujillo sobre los supervivientes, que, en algún caso duran hasta cuatro meses, son de las páginas más terribles que se han escrito sobre la crueldad y la degradación de la condición humana. No son recomendables para almas sensibles.


Si Alejo Carpentier habló de “lo real maravilloso”, aplicado al Caribe; aquí se manifiesta también cuán extravagante y casi increíble puede parecer la realidad, como la perversa y brutal sexualidad del Jefe. Vargas Llosa ha sabido entrar en este cubil pestilente y descubrir entre los verdugos a un ser frío, maquiavélico, posiblemente conjurado también, Joaquín Balaguer, ejemplo del político paciente, amante solo del poder y del orden, amoral, quien cierra los ojos a la violencia del entorno y, gracias al control económico, camina hacia una seudodemocracia. No faltarán rasgos de generosidad, de amor, de historias humanas en este espléndido friso, donde el narrador utiliza el contrapunto, maneja el diálogo con maestría y describe el final de una “Era” en la República Dominicana: la decadencia de las familias y mansiones de los trujillistas, aunque los restos de sus corrupciones todavía, pese al tiempo transcurrido, no hayan desaparecido completamente.
Joaquín Marco | El Cultural | 5 de marzo de 2000
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