Hanta lleva más de 35 años trabajando en un sótano triturando papel. Lo repite casi como un mantra en cada capítulo de este libro. Destruye libros y fabrica balas que además de eso, del papel, incorporan reproducciones de cuadros, litografías, ratones que pululan por allí y hasta su sangre y su propia vida. En ocasiones, entre todos esos materiales hay hallazgos milagrosos, libros que rescata como tesoros y guarda.
¿Para qué?
“Mi misa, mi ritual consiste no solo en leer estos libros, sino en meter alguno en cada paquete que preparo, y es que tengo la necesidad de embellecer cada paquete, de darle mi firma. Éste es mi calvario”.
No solo eso. Al destartalado sótano de Hanta han llegado “kilos de reproducciones de Rembrandt y Hals, de Monet y Manet, de Klimt y Cézanne” que no hacen sino embellecer más aún las singulares balas de papel de Hanta. Gracias a ellas, a los escritores, filósofos y pintores con quienes convive y a los que exprime, Hanta es un hombre feliz y un hombre sabio y “culto a pesar de mi mismo”, como también repite unas cuantas veces. Y no mucho más porque sí, también hay una historia de amor fresco e imposible con una gitana, y otra historia recurrente y fascinante de amor y caca –no es metáfora– con otra mujer que conoce desde la infancia.
Fragmento de la adaptación al cine de Trenes rigurosamente vigilados
También es un amor imposible. El verdadero amor del protagonista y del autor –que trabajó realmente en una prensa de papel– es por los libros, por autores como Kant que le anima y reconforta en su tarea: “Así trabajaba, adornando las pequeñas tumbas de los ratoncitos, y de vez en cuando me iba a leer un fragmento de la Teoría general del cielo, cada vez tomaba una frase y la saboreaba como si fuese un caramelo de menta. Me inundaba la grandeza desmesurada y la infinita pluralidad, me invadía la belleza, la bellaza caía sobre mí como un riego (…)”.
A esos especiales amigos que nunca fallan recurre Hanta cuando hay que combatir, de modo que un día cuando le traen en un camión del matadero un hediondo cargamento de papel manchado de sangre cuenta: “para vengarme introduje en la primera bala, bien abierto Elogio de la locura de Erasmo de Rotterdam, en la segunda Don Carlos, de Schiller y en la tercera, para que la palabra se hiciera carne sangrienta Ecce Homo de Nietzsche”.
En ocasiones, tras unas cuantas cervezas, esos amigos se presentan sin avisar: “veo a Schelling y a Hegel nacidos el mismo día y el mismo año; un día vino cabalgando hasta mi cama Erasmo de Rotterdam en persona para preguntarme cómo se llegaba al mar. Por eso no pude extrañarme en absoluto que esa tarde viniesen a visitarme a mi sótano dos hombres a los que quiero mucho (…): Jesús y Lao-Tse estaban de pie junto a mi prensa (…): Jesús era un campeón de tenis que acababa de ganar Wimbledon, Lao-Tse, miserable, era como un comerciante que a pesar de sus riquezas parecía desposeído de todo”.
Como en los chistes, Una soledad demasiado ruidosa encierra una noticia buena y una mala. La mala es que cuando le has tomado cariño al protagonista y a su manera de trabajar y de vivir aquello se acaba. ¿Qué estúpida manera de trabajar es esa? Si existen gigantescas prensas industriales que hacen en una semana el trabajo que Hanta realiza en un año… Cuando el protagonista visita en secreto una de ellas, queda golpeado por las charlas de operarios miméticos que beben leche en vez de cerveza y hablan del veraneo:
“Sus planes de vacaciones en Grecia me dejaron absolutamente abatido: yo nunca he visto la antigua Grecia a no ser en los libros de Herder y Hegel o de Nietzsche con su visión dionisíaca del mundo (…). Cada día durante estos 35 años he experimentado el complejo de Sísifo que tan bien describió Sartre y aún mejor Camus; cuantos más paquetes se llevan más papel llega y así siempre, hasta el infinito (…): Esos jovencitos pasarán el verano en la Hélade sin saber nada de Aristóteles ni de Goethe, ni de la inmortalidad de la Grecia antigua, frescos como una rosa”.
Su existencia es el fin de la de Hanta, y la luminosa prensa, el de su sótano. Pero la historia de amor con los libros no acaba porque no tiene fin: ni la prensa más poderosa ni las hogueras pueden con ellos . Esa es la buena noticia: “todos los inquisidores del mundo queman libros en vano, porque cuando un libro comunica algo válido su ritmo silenciosos persiste incluso cuando lo devoran las llamas, y es que un verdadero libro siempre indica algún camino nuevo que conduce más allá de sí mismo”.
Al parecer, el autor de este libro Bohumil Hrabal dijo que solo había vivido para escribir este libro. Que el lector recoja el testigo y viva para leerlo. Y contarlo.
Fuente: http://filosofiahoy.es/index.php/mod.pags/mem.detalle/relcategoria.4222/idpag.6054/v_mem.listado/chk.e00bcdbd97be7b3ef05969b0ae0fc7b4.html
No hay comentarios:
Publicar un comentario