Miguel de Cervantes Saavedra nació probablemente el 29 de septiembre de 1547 en Alcalá de Henares, Madrid.
Fue bautizado en la iglesia de Santa María el 9 de octubre de 1547. Fue el cuarto de siete hijos del cirujano-barbero Rodrigo de Cervantes y de Leonor de Cortinas. Parece ser que estudió con los jesuitas en Córdoba o Sevilla y quizás en Salamanca. Durante su adolescencia vivió en distintas ciudades españolas (Madrid, Sevilla).
Cuando cumplió veinte años, abandonó su país para abrirse camino en Roma, ciudad donde estuvo al servicio del cardenal Acquaviva. Recorrió Italia, se enroló en la Armada española, y en 1571, participó en la batalla de Lepanto. Fue en esta batalla, donde perdió el movimiento del brazo izquierdo, por lo que fue llamado el Manco de Lepanto, a pesar de ello siguió combatiendo en batallas posteriores como Túnez o Corfú.
Mientras regresaba a España, en el año 1575, fue apresado por los corsarios y trasladado a Argel, donde sufrió cinco años de cautiverio (1575-1580). Es liberado gracias al rescate pagado por el fraile trinitario fray Juan Gil. El 27 de octubre llega a las costas españolas y desembarca en Denia (Valencia) su cautiverio ha durado en total cinco años y un mes.
Partió hacia Madrid y a su llegada, se encontró a su familia en la ruina. Se relacionó a principios de 1584 con Ana Villafranca en una taberna en la calle Tudescos, regentada por un asturiano, el marido de esta joven de 19 años. En otoño del mismo año (cuando se acababa de prometer con su futura esposa Catalina), nació su hija Isabel, hecho que el escritor ocultó durante algún tiempo. Muchos años después, el escritor le dio su segundo apellido, Saavedra. En septiembre de 1584 viajó a Esquivias y allí conoció a la joven hidalga de 19 años llamada Catalina de Salazar y Palacios; el flechazo fue instantáneo y prometieron casarse en ese mismo año.
Cervantes tenía 37 años. Pronto dejó en Esquivias a su mujer para buscarse la vida por otros lugares de España. Catalina liquidó la herencia materna en provecho de sus hermanos y le acompañó a Valladolid. Ya no se volvieron a separar hasta su muerte. Las condiciones de vida parece ser que fueron miserables ocupando un cuchitril a orillas del río Esgueva. Su esposa no fue capaz de concebir un bebé, hubo de soportar el cautiverio de su marido en cárceles de Sevilla, y admitir a una hija de otra mujer.
Publica La Galatea (1585) y lucha, sin éxito, por destacar en el teatro. Sin medios para vivir, marcha a Sevilla como comisario de abastos para la Armada Invencible y recaudador de impuestos. Es allí donde le encarcelan por irregularidades en sus cuentas. Cuando es puesto en libertad se traslada a Valladolid. Es posible que se iniciara en la literatura bajo la supervisión y en la amistad del humanista y gramático López de Hoyos. De nuevo es encarcelado a causa de la muerte de un hombre delante de su casa. En 1606 regresa con la Corte a Madrid. Vive con apuros económicos y se entrega a la creación literaria. Entre 1590 y 1612 escribió una serie de novelas cortas que, después del reconocimiento obtenido con la primera parte del Quijote en 1605, acabaría reuniendo en 1613 en la colección de Novelas ejemplares. Esta colección se inicia con "La gitanilla", fantasía poética creada en torno a la figura de Preciosa y la relación entre la gitanilla y un joven capaz de renunciar a su alcurnia por amor. En contraste con tan embellecido marco sigue "El amante liberal", novela bizantina de amor y aventuras, con las adversidades que Ricardo y Leonisa han de superar antes de su matrimonio.
Don Quijote de la Mancha, considerada obra universal, se cree que la comenzó a escribir mientras se encontraba en la cárcel a finales del siglo XVI. En el verano de 1604 estaba terminada la primera parte, que apareció publicada a comienzos de 1605 con el título de El ingenioso hidalgo don Quijote de la Mancha, tuvo un éxito inmediato.
En 1614 aparecía en Tarragona la continuación apócrifa escrita por alguien oculto en el seudónimo de Alonso Fernández de Avellaneda, quien acumuló en el prólogo insultos contra Cervantes. Por entonces éste llevaba muy avanzada la segunda parte de su inmortal novela. La terminó muy pronto, acuciado por el robo literario y por las injurias recibidas. Por ello, a partir del capítulo 59, no perdió ocasión de ridiculizar al falso Quijote y de asegurar la autenticidad de los verdaderos don Quijote y Sancho.
Esta segunda parte apareció en 1615 con el título de El ingenioso caballero don Quijote de la Mancha. En 1617 las dos partes se publicaron juntas en Barcelona. Y desde entonces el Quijote se convirtió en uno de los libros más editados del mundo y, con el tiempo, traducido a todas las lenguas con tradición literaria. En 2002, esta obra literaria fue votada como la mejor de la historia en una votación en la que participaron 100 escritores de 54 nacionalidades diferentes. Cervantes no creía que ésta fuera su mejor obra pensando que lograría más fama por otros escritos como las Novelas Ejemplares.
Cervantes afirmó varias veces que su primera intención era mostrar a los lectores de la época los disparates de las novelas de caballerías. En efecto, el Quijote ofrece una parodia de las disparatadas invenciones de tales obras. Pero significa mucho más que una invectiva contra los libros de caballerías.
En sus últimos años publica además de las Novelas ejemplares (1613), el poema narrativo Viaje del Parnaso (1614), y Ocho comedias y ocho entremeses (1615). El triunfo literario no lo libró de sus penurias económicas. Durante sus últimos meses de vida, se dedicó a Los trabajos de Persiles y Segismunda (de publicación póstuma, en 1617).
En 1616, enfermó de hidropesía, en abril profesa en la Orden Tercera. El 18 del mismo mes recibe los últimos sacramentos y el 19 redacta, "puesto ya el pie en el estribo", su último escrito: la dedicatoria del Persiles.
Miguel de Cervantes Saavedra falleció el 23 de abril de 1616 en Madrid y es enterrado con el sayal franciscano, en el convento de las Trinitarias Descalzas de la actual calle de Lope de Vega. Solo conservaba seis dientes, tenía la columna vertebral combada y acusaba los impactos en el esternón de los pelotazos de plomo de arcabuz recibidos en la batalla de Lepanto en 1571. Diez años después, el 30 de octubre de 1626, se hizo sitio para acoger el cuerpo de Catalina. Los dos cadáveres permanecieron bajo la nave hasta que, en 1671, el viejo convento fue derribado y sobre sus cimientos se levantó uno nuevo.
Novelas de Cervantes
La Galatea (1585)
El ingenioso hidalgo don Quijote de la Mancha (1605)
Novelas ejemplares (1613)
El ingenioso caballero don Quijote de la Mancha (1615)
Los trabajos de Persiles y Sigismunda (1617)
Novelas ejemplares
La gitanilla
El amante liberal
Rinconete y Cortadillo
La española inglesa
El licenciado Vidriera
La fuerza de la sangre
El celoso extremeño
La ilustre fregona
Las dos doncellas
La señora Cornelia
El casamiento engañoso
El coloquio de los perros
Fragmentos de Introducción a las «Novelas exemplares», por Rodolfo Schevill y Adolfo Bonilla.
"De lamentar es que los grandes escritores españoles de la época clásica, como Cervantes, Lope de Vega o Quevedo, no nos hayan dejado nada concreto, o, por lo menos, extenso, en materia de ideas estéticas acerca de sus propias producciones. Por lo que a Cervantes respecta, hallamos ciertamente en sus obras algunos breves conceptos, sugeridos por la reflexión sobre los trabajos que traía entre manos; pero apenas si proporcionan suficientes elementos para sacar en limpio cuáles eran sus doctrinas tocante a la fórmula estética de la novela, según su propio pensamiento.
Semejante fórmula, tal como puede rastrearse en sus escritos, constituye una mezcla tan peregrina de lo más admirable, universal y duradero, con los más débiles y transitorios preceptos, que deja perplejo al lector que intente averiguar la razón de ser de los fundamentales caracteres de su arte.
El autor del Diálogo de la Lengua, al tratar del Amadís de Gaula, pondera la necesidad que su redactor tenía de atenerse a la verdad, y así le censura porque «una vez por descuido, y otras no sé por qué, dize cosas tan a la clara mentirosas, que de ninguna manera las podéis tener por verdaderas».
No es tan original la recomendación, que no se encuentre en otros autores clásicos, tanto antiguos como modernos. (...) Cervantes reitera hasta la saciedad todo esto de la verdad y de la verisimilitud. En el Quixote, por ejemplo, dice (II, 3): «La historia (y por historia entiende aquí la narración fingida o novela) es como cosa sagrada, porque ha de ser verdadera, y, donde está la verdad, está Dios en quanto a verdad; pero, no obstante esto, ay algunos que assi componen y arrojan libros de sí, como si fuessen buñuelos.»
(...)
Harto conocido es el prólogo de las Novelas, y esto nos excusa de citarlo extensamente. Sólo recordaremos que Cervantes parece encarecer, como finalidad de su arte de novelar, el entretenimiento del lector: «Mi intento -escribe- ha sido poner en la plaça de nuestra república vna mesa de trucos, donde cada vno pueda llegar a entretenerse, sin daño de barras; digo sin daño del alma ni del cuerpo, porque los exercicios honestos y agradables, antes aprovechan que dañan.» Pero, a medida que insiste en esa condición de agrado que implica su fórmula novelística, se aleja de la verisimilitud en sus argumentos; y este paso lógico, aunque tal vez inconsciente, que dio el gran novelista en su vida literaria, explica la mezcla de lo verídico con lo fantástico, la antítesis, observable en todo el volumen de las Novelas, entre un realismo imperecedero y una invención genial, demasiado libre a veces, de la que el propio autor se jactaba.
La opinión contemporánea, de amigos y de rivales, respecto de las Novelas, fue bastante favorable a Cervantes; pero no hay que exagerar la importancia de tales alusiones, en general brevísimas y poco específicas. No suelen tocar estas referencias a la materia, ni al estilo de las Novelas. Muchas veces, el nombre de Cervantes es traído por la fuerza del consonante, sin propósito alguno de crítica literaria formal, como cuando escribe Lope de Vega, en El premio del bien hablar (I, 10):
«¿Cómo discreta? Cicerón, Cervantes,
ni Juan de Mena, ni otro después ni antes,
no fueron tan discretos y entendidos.»
O como cuando Quevedo dice escuetamente en La Perinola, burlándose de Juan Pérez de Montalbán: «deje las novelas para Cervantes».
Insistió éste en que sus Novelas eran suyas propias, «no imitadas ni hurtadas», y nadie ha querido discutir la exactitud de la afirmación. Con escasas excepciones, que se refieren a episodios aislados, o a ciertas anécdotas y frases corrientes, la materia de sus novelas es de su propia invención, o procede de su experiencia de la vida, de sus viajes y aventuras, sin perjuicio de que, a veces, se observe alguna que otra vaga reminiscencia de sus lecturas. Estudiemos brevemente cada una de esas novelas, y echaremos de ver hasta qué punto el tema y el argumento pertenecen al autor.
Ofrécenos La Gitanilla la mezcla más típica de los variados elementos que constituyen la fórmula novelística de Cervantes. Gitanos había en su época, como en la nuestra, y, conociéndolos, pudo dar a su descripción cierto colorido realista, acusándoles de ladronear y pintando su tradicional vida vagabunda. Añadió ciertos pormenores acerca de sus leyes y ritos, sacados de la observación. Pero agregó también una nota de exagerado romanticismo, atribuyéndoles una corrección de lenguaje y una florida elocuencia, harto impropios del habla gitanesca; corrección y retórica que, tanto como algunas de las costumbres y fiestas que en el relato se describen, parecen más adecuadas al ambiente de la novela pastoril, que a la vida de los gitanos.
Los episodios que se refieren a la rivalidad de los amantes, a los celos y a las canciones, estarían más en su lugar en La Galatea, que en una novela realista sobre tales nómadas.
La base de la novela, como sin duda habrá advertido el lector, se halla en un pasaje del Coloquio de los perros, donde Berganza cuenta sus lances con algunos gitanos que le escondieron en su cueva. Es figura principal de la obra, la muchacha Preciosa, doncella de alta alcurnia, robada por una gitana vieja y perseguida por un joven aristócrata que se hace gitano por ella. Todo esto, el acogimiento de Preciosa en casa del corregidor, que, casualmente resulta ser su padre, y a la postre, el reconocimiento de la verdadera personalidad de la muchacha, no sólo mediante los objetos robados y guardados ad hoc por la gitana vieja, sino por el hallazgo del consabido lunar, son viejos rasgos del folklore, que se encuentran en muchos cuentos tradicionales, de abolengo indoeuropeo, como el referente al niño perdido y reconocido más tarde mediante un anillo, u otras señales análogas.
Si la trama del cuento pierde algo por su carácter un tanto ficticio, puédese notar asimismo algo artificial en los personajes, que viven más merced al genio del autor y al buen estilo de la narración, que por virtud de su vida intrínseca; más por la animación de los episodios en que intervienen, por la gracia del lenguaje y por la amenidad de ciertas escenas (que sólo en parte tienen que ver con los gitanos, como acontece con los sucesos en casa del corregidor), que por su individual representación.
El nombre de Preciosa, bastante raro en español, se halla en el Pentamerone de Basile; pero no se puede afirmar que Cervantes lo tomase del novelista italiano.
No deja de ser bastante inverosímil el argumento de El Amante liberal, novela de aventuras, inspirada, en cuanto a los principales personajes y al ambiente, por el cautiverio del autor. Inagotable es la lista de siniestros y adversidades que afligen al héroe y a la heroína mientras viven entre turcos y moros, sin perjuicio de que sean felices al final de la obra, acabando por casarse, como si no surgiesen bastantes riesgos y escollos después de este último acontecimiento. Ni las tormentas del mar, ni las atrocidades de los turcos, ni los perversos amores de todo un Cadí, del virrey Hazán y de la mujer del Bajá, bastan para terminar la carrera pintoresca y romántica de los cristianos. Admíranos a cada paso la lozana inventiva del autor, que no se cansa de barajar los más increíbles sucesos. Lo artificial de la trama se echa de ver en el pareado de los amoríos: el del virrey por Leocadia, y el de la mujer de aquél por Ricardo, detrás de los cuales está la ridícula figura del enamorado Cadí.
(...)
Diputamos a Rinconete y Cortadillo por la obra maestra, la más original entre las Novelas, la de mayor soltura e inspiración de cuantas nos ha dejado el gran genio realista de Cervantes. Imposible sería encontrar en todo el siglo de oro, un cuento dialogado con más lozanía ni con mayor encanto. Su firme base se explica por el hecho de que el núcleo de la novela arraiga en la vida contemporánea del autor, siendo de suponer que Cervantes llegase a enterarse de las costumbres de la gente del hampa, durante sus andanzas y estancias en la gran capital del Betis. En cuanto a la casa de Monipodio y a los secuaces de este último, tan honda impresión produjeron en la memoria de Cervantes, que volvió a dar noticias interesantes acerca de ellos en el Coloquio de los perros, donde cuenta el picaresco episodio del alguacil y de los rufos sus compañeros.
La crítica ha afirmado siempre, casi unánimemente, la excelencia de esta novela; pero no siempre ha comprendido el satírico humor, el contagioso regocijo con que Cervantes pintó esos tipos picarescos. Por boca de Tícknor, la crítica anglosajona ha tomado respecto del caso una actitud demasiado seria, haciendo hincapié en los cuadros cervantinos para lamentarse, algo puritanamente, de las malas costumbres de España en aquel tiempo. Pero es totalmente absurdo atribuir repugnante hipocresía a tales tipos, que siendo ladrones, estafadores o matachines de oficio, saben llevar ofrendas a la Virgen y hacer oraciones ante una imagen, como acostumbra la Pipota. Hay que reconocer en estas pinturas un arte muy delicado y una crítica harto sutil, de los cuales ha de inferirse, dada la psicología de los personajes, que nada tiene que ver el acto de robar con la devoción a tal o cual santo, y que aquéllos, con todas sus contradicciones, no son menos hermanos nuestros, ni menos prójimos, puesto que en ellos se da, como en todos los que habitamos en este valle de lágrimas, una extraña mezcla de bien y de mal. Y tal mezcla, en distintas proporciones según las personas, es característica del mundo de Monipodio, de la Pipota, de Rinconete y de Cortadillo.
El estilo y el lenguaje de Rinconete y Cortadillo, hubieron de impresionar profundamente a los escritores españoles del siglo XVII; Luna, por ejemplo, en su Segunda parte de Lazarillo de Tormes, copia frases enteras de la obra cervantina; F. de Lugo y Dávila, en su Teatro popular (novela De la hermanía), imita el argumento y los lances de Rinconete, y no pocas de las locuciones de éste viven hoy, habiendo enriquecido para siempre el habla castellana.
La mención del saqueo de Cádiz (1596), no ayuda a precisar la época en que Cervantes escribió La Española inglesa, novela que, por su psicología y por su lenguaje, parece pertenecer a la última década de la vida del autor.
Puédese dividir en dos partes el relato: en la primera (por cierto, la de menos valor), se habla de la estancia de los protagonistas en Inglaterra; la segunda tiene por fondo a España, y a ella incorpora Cervantes ciertos datos autobiográficos. Así y todo, la novela no deja de ser una solemne niñería, basada en sucesos y ocurrencias puramente casuales y de lo más inverosímil que imaginarse puede. La primera parte es, sobre todo, una novela caballeresca, cuya acción se supone en Inglaterra, en la época cervantina; pero apenas hay un solo rasgo que implique conocimiento, por parte del autor, del ambiente local: los nombres de Ricaredo,
Clotaldo, el barón de Lansac, la señora Tansi, Clisterna, etc., saben tanto a inglés, como los de Chindasvinto y Fredegunda; y los episodios y descripciones son de la misma inverosímil laya. El héroe, Ricaredo, después de salir por los mares para ejercer la piratería, vuelve a Londres con su nave, «pasando de un millón de oro el valor de la especería y otras mercancías de perlas y diamantes» que en ella venían. Luego, «armado de peto, espaldar, gola y brazaletes y escarcelas, con unas armas milanesas», va inmediatamente a Palacio, «a pie, sin esperar otro acompañamiento que aquel de un inumerable vulgo que le seguía» (sin duda por verle armado, en los tiempos de Shakespeare, como un don Felixmarte de Hircania; y aun es de suponer que los muchachos de Londres no dejarían de tirarlas de arroyo contra tamaño herraje como Ricaredo llevaba acuestas). Entretanto, la reina, «puesta en unos corredores», estaba esperándole como al agua de mayo, para que le diese cuenta de todo el espléndido botín que debla de llevar para el Tesoro inglés.
Siguen después desposorios, celos, envenenamientos, brujerías y desafíos, y finalmente, la heroína y sus padres se despiden para regresar a España, desde donde enderezan cartas a la reina, a las cuales (nos dice Cervantes) «no tuvieron respuesta» (¡...!), siendo éste el único rasgo verosímil de la narración. Tras dos años de ausencia y de aventuras, el propio héroe (Ricaredo) vuelve a Sevilla, llegando precisamente en el mismo momento en que su amada Isabela va a entrar como religiosa en
el monasterio de Santa Paula. Y como era de sospechar, todo acaba felizmente, con bodas y regocijos, cual suele suceder en tales casos."
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