jueves, 7 de septiembre de 2017

"El mar", de John Banville (miércoles 13, 20h)


Comenzamos este nuevo curso del club de lectura Dante con El mar, una de las novelas más logradas de John Banville.

Un poeta que escribe en prosa. Así se define a sí mismo John Banville, escritor irlandés considerado uno de los grandes talentos de la lengua inglesa. En la tradición de James Joyce y de Samuel Beckett, pero también con mucho del Proust de En busca del tiempo perdido, la novela se despliega en cada una de sus líneas como la memoria de Max Morden,  un historiador de arte que se retira a escribir a un pueblo costero.

Mesa frente a la ventana, de Pierre Bonnard
El mar –Premio Booker 2005–  está escrita en una primera persona que, más que contarnos una historia,  nos presenta un narrador  que reflexiona con gran hondura psicológica acerca de la naturaleza de las percepciones, los límites entre lo imaginario y lo real, y la soledad existencial del individuo. La novela se constituye entonces en una larga descripción de personajes, lugares, situaciones donde las imágenes, los sonidos y los olores adquieren un protagonismo que supera la propia trama. Los personajes se mueven, pero con un ritmo ralentizado, demorado, moroso que adquiere un significado a partir de la conciencia de Max Morden que ordena los hechos en su memoria.

Oruga usando un narghile, de John Tenniel
(Alicia en el País de las Maravillas)

Sin duda, Banville es un maestro a la hora de describir: logra metáforas maravillosas; hace tocar, oler, sentir aquello que describe; trabaja como un pintor que elige los colores, las texturas, el ángulo más adecuado, maneja las luces y las sombras, pero también, magistralmente, elige qué describir y qué no para crear cierto suspenso en el lector. Selecciona la palabra justa, la que remite a la mayor cantidad de asociaciones. 

Algunos ejemplos pueden dar cuenta de lo anterior: uno de los personajes es “un dios viejo-verde-sonriente”; la relación entre dos hermanos es “un hilo sutil e invisible de un material brillante y pegajoso, como la seda de una araña…”; el primer beso es para el protagonista similar a algo caliente “que se hubiera licuado de pronto y recorriera su hueca longitud [la de la espina dorsal]”; durante una tormenta la habitación de Morden “está sumida en un parpadeo de luz, y el cielo a patada limpia, rompiéndose los huesos”.


Si para describir hay que saber mirar, el protagonista se define a sí mismo como un diletante, alguien que disfruta de ese mirar, más que de actuar. Todo cae bajo su examen que se realiza, además, en un tiempo diferente al real, porque es un tiempo interior. Luego de la muerte de su esposa Anna, y más de cincuenta años después de la última vez en la que estuvo allí, Max vuelve a los Cedros en Ballyles.  El tiempo se diluye porque en esa visita se mezclan el presente, signado por esa pérdida, y el pasado que entrelaza hechos de su infancia con los del último año de la enfermedad de su esposa. Morden adulto observa ese pasado, pero se pregunta constantemente “¿Dónde estoy, acechando desde qué posición estratégica? No me veo”, porque para darle protagonismo a la mirada, el personaje cuestiona desde dónde examina, e incluso se dirige directamente al lector justificando los diferentes niveles de su mirar.

A esta altura, es casi obvio decir que la novela tiene como uno de sus temas el observar y el ser observado. Más allá de que Morden se regodea en la mirada, aparecen diferentes representaciones de esta. Las constantes referencias a la pintura –en la que el pintor observa para poder plasmar su cuadro que luego será observado por el espectador–, y a la fotografía –que es otra mirada, diferente y extraña– acentúan el estatismo de la narración. Lo importante es el momento, lo fugaz, la diapositiva que guarda la memoria que se caracteriza, sin embargo, por su fragilidad. Para mostrar esto se mezclan los recuerdos sin solución de continuidad. Mirada y memoria se complementan y se completan con la presencia de los sueños, que en compañía de los recuerdos adquieren más realidad que la realidad misma.

Gracias a una buena traducción, podemos apreciar también en la versión española el trabajo de Banville con el lenguaje. Según las palabras del propio autor, imaginamos que este instrumento de uso diario es simple y directo, aunque en realidad tiene voluntad propia. Las palabras tienen así un enorme potencial de significado que se puede reforzar a través del ritmo de la prosa. Gracias a esto, los objetos se muestran ante nuestros ojos a partir de la palabra que los configura. De ahí que El mar también esté actualizando el tema de la contraposición entre apariencia y realidad. Lo real lo es solo porque hay un lenguaje que lo describe.

Por supuesto que en la novela hay otros personajes: ya mencionamos a Anna, la esposa; también están Claire, la hija de veintitantos años, cuya relación con su padre no es la mejor, y todos los miembros de la familia Grace que solo están en la memoria de Morden –Carlo, Constance, los padres, junto con los mellizos Myles y Chloe–. Otros temas se suceden a través de la presentación de esta familia: el primer amor, la perversión, la sexualidad, y finalmente la muerte y el dolor. Todos estos personajes existen porque la memoria les asigna una característica que los define: el protagonista los recuerda por sus olores, por pinceladas que los transforman en cuadros que son fragmentarios e incompletos, pero que son lo único con lo que cuenta el narrador en el momento de sus añoranzas.



La crítica señala que en Banville hay mucho de Henri Bergson para quien lo absoluto puede darse solo a partir de una intuición, es decir, a partir de esa simpatía por la cual uno se transporta al interior de un objeto para traducir aquello que lo hace único. Pero eso no es todo, en su Introducción a la metafísica (1903), también él habla de la importancia del recuerdo y de la memoria. “Vivir consiste en envejecer. Pero es también un enrollamiento continuo, como el de un hilo sobre una bola, pues nuestro pasado nos sigue, se agranda sin cesar con el presente que recoge sobre su ruta. Conciencia significa memoria”, nos dice, y esta es la poética que subyace en la escritura del autor irlandés.

Por último, es casi una obligación pensar el porqué de la elección del mar como escenario en el que transcurre la vida de los personajes: el mar de la infancia en los Cedros y el que está junto a la casa en la que Max vivió con Anna el último año de su enfermedad, pero también el mar es el hospital en el que se adentra el protagonista cuando muere su compañera. Testigo de lo que sucede fuera de la conciencia de los personajes, este elemento de la naturaleza es además un símbolo de la dinámica de la vida, todo sale de él y todo vuelve a él. Es, también, una metáfora de la incertidumbre, de la duda, de la indecisión, y en esta novela, el mar es esencialmente el flujo de la memoria que va y viene en oleadas de intuiciones que es, según lo que dijimos, lo que nos queda de la realidad exterior.

“Qué pequeño recipiente de tristeza somos, navegando en este apartado silencio a través de la oscuridad del otoño”, dice Max. Para el que se reconozca en esta frase o para quien esté dispuesto a hacer una pausa, El mar es la recreación de un mundo a través de una interioridad, pero es, además, una posibilidad de que nosotros mismos completemos esa mirada del protagonista a partir de nuestra propia experiencia interna.

Por Adriana Santa Cruz
http://leedor.com/2012/09/03/el-mar-john-banville/






"El mejor escritor en activo en su idioma... Pericia y elegancia... Leemos a Banville para recordar qué era eso de leer ." 

Rodrigo Fresán


John Banville (Wexford, 8 de diciembre de 1945) es un novelista irlandés, Premio Booker 2005. Escribe también novela negra bajo el seudónimo de Benjamin Black.

Desde muy joven —12 años— supo que quería ser escritor. Estudió en una escuela de los Hermanos Cristianos y en el colegio católico de San Pedro de Wexford.  En lugar de ingresar en la universidad, prefirió comenzar a trabajar y lo hizo en la compañía aérea Aer Lingus, lo que le permitiría viajar por el mundo.

Más tarde diría irónicamente de esta decisión: "Un gran error. Debería haber ido [a la universidad]. Lamento no haber tomado esos cuatro años de emborracharse y enamorarse. Pero quería irme de mi familia. Quería ser libre". 

Cuando regresó a Irlanda después de haber vivido en Estados Unidos en 1968 y 1969, se convirtió en periodista y entró a trabajar en el diario The Irish Press, donde llegó a ser subeditor jefe. Cuando este periódico desapareció en 1995, pasó al The Irish Times. Es colaborador habitual de The New York Review of Books.

Publicó su primer libro en 1970, una recopilación de relatos titulada Long Lankin, a la que seguiría una serie de novelas, la primera de ellas Nightspawn que salió al año siguiente. Después vinieron Birchwood (1973), la llamada Trilogía de las revoluciones —compuesta por Copérnico (1976), Kepler (1981) y La carta de Newton (1982)— y cerca de una docena de novelas más, entre las que destacan El libro de las pruebas (1989), finalista del Premio Booker) y El mar (2005), que ganó el preciado galardón.

Banville es conocido por el estilo preciso de su prosa. Su ingenio y su humor negro muestran la influencia de Nabokov.

En 2006 aparece el primer libro de Benjamin Black: El secreto de Christine, a la que le han seguido otras cuatro novelas negras.


Sobre su desdoblamiento como escritor, ha dicho: "El arte es una cosa extraña. Bajo el sombrero de Banville puedo escribir 200 palabras al día. Un día decidí que podía convertirme en otro y bajo ese segundo sombrero, en esa segunda piel, puedo irme a comer tras haber escrito un millar de palabras, tal vez 2.000, y disfrutar con ello. Es increíble descubrir cómo otro tipo puede vivir tu vida y usar tus manos y deleitarse con eso. Escribir es un trabajo peculiar... Escribir es como respirar. Lo hago por necesidad. Por mi propia boca, y ahora también por la de Black". 





Para Banville, que también ha escrito piezas de teatro, su oficio tiene mucho de samurai: "Tener el valor, sabiendo previamente que vas a ser derrotado, y salir a pelear: eso es la literatura".

Obras publicadas

La guitarra azul 2016  
Órdenes sagradas 2015   
La rubia de ojos negros 2014    
Venganza 2013   Antigua luz 2012 
Muerte en verano 2012   
En busca de April 2011 
Los infinitos 2010   
El lémur 2009  
El otro nombre de Laura 2008 (2009) 
El secreto de Christine 2007   
El mar 2005    
Imposturas 2003  
Eclipse 2000 (2014)
El intocable 1997 (2009) 
Fantasmas 1993 
El libro de las pruebas 1989  
Mefisto 1986 (2002) 
Copérnico 1984   
La carta de Newton 1982 
Kepler 1981
Birchwood  1973
Nightspawn 1971
Long Lankin (Cuento)  1970  

Novelas como Benjamin Black

El secreto de Christine 2007
Christine Falls 2007
El otro nombre de Laura 2008
The Silver Swan 2008
El Lémur 2009
En busca de April 2011
Muerte en verano 2012
Venganza 2013
La rubia de ojos negros 2014
Órdenes sagradas 2015

Premios y honores

1976, Premio James Tait Black Memorial por Copérnico
1981, Premio Guardian ficción por Kepler
Premio Allied Irish Bank Fiction por Kepler
Premio American-Irish Foundation por Birchwood
1989, Premio Guinness Peat Aviation por El libro de las pruebas
Finalista del Premio Booker 1989 por El libro de las pruebas
2003, Premio Nonino a toda su obra (Italia)
2005,Premio Booker por El mar
2006, Premio Irish Book a la mejor novela del año por El mar
2007, Miembro de número de la Royal Society of Literature
Premio Madeleine Zepter
2009, Honorary Patronage of the University Philosophical Society
2011, Premio Franz Kafka
2013, Premio Leteo
2013, Premio Austriaco de Literatura Europea
2014, Premio Príncipe de Asturias de las Letras6 El 4 de junio de 2014 fue galardonado con el Premio Príncipe de Asturias de las Letras.






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