martes, 10 de septiembre de 2019

"Ordesa", de Manuel Vilas (jueves 19 de septiembre)





"Investigando la biblioteca personal de un escritor heterodoxo, lateral y misterioso de la segunda mitad del siglo XX, fui a dar con un autógrafo de Manuel Vilas (Barbastro, 1962). Vilas había obsequiado a ese autor con un ejemplar de su poemario El cielo, y en la primera página constaban a mano su agradecimiento por una gestión que ya ni él recordará en qué consistió y estas palabras tan amables: “En El cielo de Vilas hay habitaciones reservadas para mi amigo C. S.”. La biblioteca personal de C. S., hoy que C. S. está muerto, ocupa una sala abierta al público en las dependencias municipales del pueblo de su infancia. Somos pocos quienes la visitamos. 


Si arranco estas líneas contando la anécdota del autógrafo de Vilas es por capricho, desde luego, pero se trata de un capricho oportuno.         


En primer lugar, porque Manuel Vilas es un autor tan heterodoxo, lateral y misterioso, que tiene sentido entender su tradición como igualmente extraña, lateral, inventada. En segundo lugar, porque la nueva novela de Vilas, Ordesa, está construida como una sucesión levantisca de momentos que ya nadie recuerda y sin embargo merecen una Reserva Premium en el particular cielo del narrador. Y en tercer lugar, porque ese autógrafo, al revelar una conexión tangible entre M. V. y C.S ., me llevó de la mano hasta una revelación bastante hermosa, y creo que exacta.

Mientras estuvo vivo, C. S. protagonizó algunos episodios de escritura automática ultratúmbica: su mano cobraba voluntad propia y se ponía a escribir con caligrafía ajena unos mensajes firmados por Jorge Luis Borges, por Papini, por Quevedo. Una tarde, le rogué a C. S. que me mostrara alguno de esos papeles; los había destruido casi todos, pero se avino a compartir el último, una comunicación que le había dirigido su novia de toda la vida. El documento era cuanto menos curioso: presentaba una letra asombrosamente distinta a la suya, y el bolígrafo no se separaba del folio ni un momento, dejando un rastro lineal en cada cambio de renglón. Todas las frases, que ya no recuerdo con exactitud, estaban marcadas por el signo de la paradoja. Por ejemplo, algo así: “Desde donde estoy no puedo veros, aunque os veo siempre”; o bien, “no cuidándote, cuido bien de ti”.

He pensado en todo esto a cuenta de Ordesa porque esos eran mensajes fantasmagóricos, muertos dirigiéndose a un vivo. Y por excéntrica que resulte esta práctica mediúmnica, es evidente que estamos hablando de literatura: he aquí un modo de convertir en estilo y tono la relación de un individuo con la memoria. Ordesa, de Manuel Vilas, también es una comunicación de fantasmas.


Entendámonos: Ordesa es un libro de memorias. Si me preguntan qué nos cuenta Vilas, lo explicaré así: que añora a sus padres, que se pregunta por su familia, que se ha divorciado y tiene dos hijos, que es escritor y un día morirá. Nada más. Bueno, sí, algo importante: que vive en España, un país terrible y digno de ser amado que cabe en un Seiscientos. En estas páginas, el autor se dedica a recordar todo aquello que estuvo vivo y ya no lo está: sus padres, los objetos que caracterizaron la vida de esos padres, la España de los sesenta y la de los setenta, su propio matrimonio, las borracheras e infidelidades que lo condenaron a acabar en divorcio… 


Pero a menudo, Ordesa parece la comunicación desatada, paralela, salvaje, arracimada y tierna del fantasma futuro de Vilas. Porque si el tiempo no es más que una ilusión persistente (esa cita-cliché de Einstein), y si los fantasmas son negaciones de la linealidad del tiempo, ¿por qué no podría hablarnos en estas páginas, lectores de 2018, el fantasma de Manuel Vilas que algún día se le aparecerá a sus hijos?

Las paradojas de Vilas, tan hermosas; sus hipérboles, que convierten toda materia pequeña y contingente en el campo de batalla de la eternidad y lo divino (sin que esa materia deje de ser una mota de polvo); su sonrisa y su tristeza. Todo eso se justifica porque el escritor escribe desde donde no nos ve pero nos ve siempre, desde donde no nos cuida y así cuida bien de nosotros.

Adviertan que el autor de estas líneas se está dejando llevar por el torrente sideral que es el universo de Vilas, y está escribiendo en un tono y un estilo que no solo no es académico, sino que a duras penas pasará por periodístico; créanme si les digo que ese dejarse llevar es deliberado y parte de mi juicio crítico. Es mi forma de decirles que Ordesa es irresistible y que su prosa está habitada por un espíritu, atrapado en esta cita: 

Porque la vida social y la familiar y la vida laboral y la vida sentimental dan igual, son un invento que se descubre con la muerte. Por eso escribo así.

También estoy diciendo que las hojas cubiertas de palabras de muertos que rellenaba C. S. y las mil correspondencias y señales secretas que Vilas colecciona vorazmente en Ordesa caben en esta otra cita: 

Nunca hubo ningún mensaje. Todo ocurría en mi cabeza. Solo en mi cabeza. 

Así son las mejores historias de fantasmas.

Pocas veces he visto tan bien escrita en nuestra literatura reciente la enorme belleza y aridez que caracterizan las relaciones entre un hijo y sus padres. O al revés, las de un padre con sus hijos. Es todavía más infrecuente encontrar una prosa que logre hablar de política (de Política, no de cortesanía o contingencias) de un modo tan imaginativo, indirecto, artístico: las páginas que se recrean en la comida de recepción del Premio Cervantes por parte de Juan Goytisolo, con la presencia de Felipe VI y Letizia son, en este sentido, imprescindibles, y afianzan la insobornabilidad de España como tema en Vilas. Al fondo, una divisa explícita:

Conciencia de clase es lo que no debe faltarnos nunca.

Luego, está ese modo tan cotidiano y compartible en que los objetos son portadores de tristeza y finitud en este libro de Vilas: acongojan las corbatas, las facturas, los muebles, las camas sin hacer. Todo transmite el mensaje desolador e inevitable, pero paradójicamente (insistamos) consolador, del paso del tiempo.

La portada del libro recoge con mucho acierto el color amarillo que recorre estos ciento cincuenta y siete capítulos breves: es importante. Para empezar, porque hay una tradición literaria española muy determinada en torno a lo amarillo como final, tiempo, melancolía. Y sobre todo, porque es la primera de muchas pruebas que nos confirman que, bajo su torrencialidad arrebatadora, Ordesa presenta la vocación de decir algunas cosas muy concretas, lúcidas e irrebatibles. O quizás este libro sea solo una invitación a bailar hasta el final del amor. Popular y al mismo tiempo arriesgadísimo como Lope (quien tal vez se le apareciera a C. S., quién sabe), Manuel Vilas ha escrito algo inolvidable."

NADAL SUAU
https://elcultural.com/Ordesa





Manuel Vilas (Barbastro, 1962) se ha consolidado con una de las personalidades de mayor proyección de la literatura española del siglo XXI.

Tras cursar Filología Hispánica, ejerció durante más de veinte años como profesor de secundaria en diversos institutos. Alcanzó en primer lugar renombre como poeta, publicando sucesivamente El cielo (2000), Resurrección (2005; XV Premio Jaime Gil de Biedma), Calor (2008; VI Premio Fray Luis de León), Gran Vilas (2012; XXXIII Premio Ciudad de Melilla) y El hundimiento (2015; XVII Premio Internacional de Poesía Generación del 27). Su poesía completa fue compilada por primera vez bajo el título de Amor en 2010 y luego, en una edición ampliada, como Poesía completa en 2016. Sus poemas destacan por su carácter autobiográfico y existencial, así como por su representación crítica de la España actual, con todos sus problemas políticos y económicos.



Su trayectoria narrativa se inició con España (2008), que fue elegida por la revista Quimera como una de las diez novelas más importantes en español de la primera década del siglo XXI, Aire nuestro (2009; Premio Cálamo), Los inmortales (2012) y El luminoso regalo (2013), una particular aproximación al erotismo. También en el campo de la narrativa, ha publicado los libros de cuentos Zeta (2014) y Setecientos millones de rinocerontes (2015), además de dos volúmenes inclasificables, Lou Reed era español, en la que mezcla la memoria juvenil y una recreación imaginativa de los viajes del antiguo líder de la Velvet Underground por España y Listen to me, una recopilación de sus estados de Facebook. 


Ha sido galardonado con el X premio Llanes de Viajes y el Premio de las Letras Aragonesas de 2015. Ha colaborado con diversos medios, como el Heraldo de Aragón y El Mundo, y en la actualidad lo es de los periódicos del grupo Vocento, así como de los suplementos literarios Magazine (La Vanguardia), Babelia (El País) y ABC Cultural (ABC). En la actualidad, ya dedicado exclusivamente a la literatura, reside entre Madrid y Iowa City.

Pero a pesar de su distinguida carrera como poeta y narrador, sin duda su libro de mayor éxito tanto entre público como para crítica, ha sido Ordesa (2018), en el que el autor indaga en su relación con los padres ya fallecidos y que también sirve como retrato de una sociedad y de un país, España, con el que tiene "una relación de amor y de odio". El escritor ha explicado así la génesis de este libro: 

“Comencé a escribir Ordesa unos cuantos días después de la muerte de mi madre. Mi madre murió en mayo de 2014. Me divorcié en las mismas fechas en que mi madre murió. Me visitaron en aquellos meses un montón de sentimientos que no sabía que existían, tenían un aire espectral. A pesar de ver espectros por todas partes, había belleza en los adioses que estaba presenciando: el adiós a mi madre, el adiós a mi matrimonio, y el adiós a mí mismo”.



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