En literatura, algunas obras maestras llegan a la universalidad a través de la puerta de atrás. La literatura de género tiene muchos más seguidores que aceptación crítica, pero no por ello podemos obviar las cualidades de una novela cuando ésta aporta un aire renovador a lo anteriormente escrito. Sin duda, Raymond Chandler (1888-1959) no era un gran estilista, ni siquiera un mediocre estilista, pero sabía escribir, sabía entusiasmar a los lectores con historias que absorben la conciencia en esa inmensa mentira que es la buena literatura. Y lo hizo utilizando uno de los recursos fundamentales para ello: la creación de un gran personaje.
Sin parecerse en nada a Arthur Conan Doyle, supo encontrar la clave del éxito y de la maestría literaria mediante el recurso de hacer entrañable a un personaje y forjarlo como si fuera una persona de verdad en la mente del lector. Por ello, no es de extrañar que El sueño eterno (1939), la primera novela de Philip Marlowe, sea aceptada hoy como una obra carismática, ya no dentro de su género, sino en la literatura universal.
Pocos personajes, antes de su aparición, se asemejan a Marlowe. Él no solo es el detective que arriesga por poco dinero su vida, que solo entiende la ética del trabajo cuando hay unos dólares por medio, sino que dentro de sí lleva la semilla de la soledad que todos cultivamos, y de alguna manera, encarna ese tipo duro que todos quisiéramos ser alguna vez en la vida.
Marlowe es fatalista y escéptico, rudo y sentimental, lúcido, amargo y solitario. No sabemos bien en qué encuentra placer, qué riesgo ha de correr para que sepa lo que es el miedo. No es un tipo que quisiéramos que entrara en nuestra vida, pero sin duda nos enamoraríamos de él si alguna vez lo conociéramos. Es tan definido, tan concreto en sus rasgos personales, que parece existir en la realidad, y como el cine se ha encargado de elevarlo a los altares del estrellato, pensamos que puede haber un individuo así en cada calle, esperando a que el teléfono suene para mostrar el lado menos caritativo de lo cotidiano.
Pero no. Marlowe parece real, pero precisamente su característica fundamental es que es profundamente irreal, pura ficción, igual que las novelas que protagoniza. El sueño eterno, si se lee detenidamente, no es una novela policíaca al uso, ni siquiera tiene esa dosis de denuncia social de las historias de Hammett. No es que haya un asesinato que haya que desentrañar y un detective que se encarga de hacerlo, sino que en realidad es una sucesión de asesinatos e iniquidades, un continuo resplandor del mal en estado puro, un salvaje alegato de la violencia. Solo la pluma dócil, flexible y humorística de Chandler hace pasar de matute tal cantidad de oprobio por una historia interesante y amena.
Hay mucha ficción en El sueño eterno: las dos hijas del general Sternwood, una arisca y deseable, oscura y contundente; otra ninfómana, inmadura, una lolita por la que cualquier hombre perdería la cabeza. El propio general Sternwood, en su silla de ruedas, tratando de mantener en pie el honor de esa familia desmembrada, parece salir de lo más profundo de una novela de Faulkner. De los demás personajes, apenas hay pinceladas: se sabe de ellos por sus actos, por sus malos actos, y el asesino es asesino hasta el final, y el pornógrafo conoce todos los vicios sexuales. ¿Acaso son marionetas en manos de su autor? No. Son elementos necesarios para que funcione lo que a Chandler le interesa que funcione: su historia.
Para eso crea un personaje poderoso, Marlowe, para que lleve sobre sus hombros el peso de la novela, para que sea él, y nada más que él, la referencia para el lector, la única referencia. Hay un momento en que incluso la trama es lo de menos: a mitad de la novela, parece que la historia ha acabado, que no habrá más misterio puesto que se han resuelto los dos asesinatos que se han cometido. Y sin embargo, la trama se complica y oscurece mucho más a partir de ese momento, porque Chandler sabe que la inmoralidad no tiene fondo y que siempre se puede añadir más horror al horror. Marlowe es como Marlow, el personaje de Conrad: vagabundea por las calles de Los Ángeles viendo el mal de cara, las infinitas formas de aniquilarse el ser humano. Y lo ve siempre desde la posición del descreído, del que no llega a entender del todo la naturaleza de lo que ve, porque así exactamente es el ser humano: desconoce la naturaleza del mal.
Chandler, en su interior, es un convencido inmoral que no toma partido nunca si no es a través de la violencia y el cinismo. Por ello precisamente, sus novelas son pura ficción, como si el autor quisiera decirnos que así no ocurre en la realidad, que una historia así solo puede ocurrir en el papel, donde se consigue mantener diálogos brillantes a cada momento y se sale indemne de todos los peligros.
Si uno lo piensa bien, Marlowe debería haber muerto en esta primera novela, porque es un blanco fácil. Apenas se esconde, aborda todos los peligros, no conoce el miedo, sino que lo encara. Es un excéntrico. Y por eso se le toma cariño al personaje, porque solo un tipo como él puede acercarse a las mujeres como las que imaginó Chandler sin que le tiemblen las manos. Porque solo él puede acometer la rutina del mal con el sarcasmo suficiente para que no le salpique la miseria humana. Chandler la exhibe, la muestra de forma descarnada, pero a ella le añade una risa sardónica, como mofándose de su existencia. Quizá no haya otra forma más realista de enfrentarse al mal.
José Luis Alvarado
https://cicutadry.es/el-sueno-eterno-raymond-chandler-la-falsa-inmoralidad/
NOVELA POLICÍACA Y NOVELA NEGRA
La novela policíaca es un género narrativo en donde la trama consiste generalmente en la resolución de un misterio de tipo criminal. El protagonista en la novela policíaca es normalmente un policía o un detective, habitualmente recurrente a lo largo de varias novelas del mismo autor, que, mediante la observación, el análisis y el razonamiento deductivo, consigue finalmente averiguar cómo, dónde, por qué se produjo el crimen y quién lo perpetró.
Está generalmente aceptado que, aunque sus antecedentes se remontan más atrás en el tiempo, el género policíaco como tal nació en el siglo XIX de la mano de Edgar Allan Poe, al crear al detective Auguste Dupin en su relato Los crímenes de la Calle Morgue.
Dupin fue el primer detective de ficción, el cual sirvió de modelo a Arthur Conan Doyle para dar vida al “más famoso detective de todos los tiempos”: Sherlock Holmes, que constituye por excelencia el protagonista arquetípico de las novelas policíacas. Doyle, junto a Agatha Christie, fundó lo que se conocería como la escuela británica de novela policíaca.
Con el paso de los años, la novela policiaca fue evolucionando hacia formas narrativas más complejas, la resolución del misterio planteado como un juego de lógica dejó de ser el objetivo principal de la obra, quedando en primer plano la denuncia social y un intento de comprender los conflictos del alma humana. Fue así como nació un subgénero dentro de la novela policíaca: la novela negra. La novela negra nació en EE.UU y los padres del género fueron Raymond Chandler y Dashiel Hammett, en cuyas obras se basaron algunas de las películas más representativas del cine negro americano como El halcón maltés o El sueño eterno.
El apelativo de “negra” se debió por un lado a los ambientes oscuros que reflejaban, pero sobre todo a que aquellos relatos se publicaron por primera vez en la revista Black Mask, creada en 1920 por H. L. Mencken y George Jean Nathan y en la Série Noire de la editorial francesa Gallimard nacida en 1945. Aquellas novelas marcaron un antes y un después en la forma de narrar el crimen.
A diferencia de los relatos británicos donde intervenían las clases sociales altas, los crímenes eran generalmente “refinados” y donde el culpable casi siempre era descubierto y castigado por la ley, en la novela negra americana se reflejan sobre todo los ambientes sórdidos de los bajos fondos y el héroe es un personaje cínico y desencantado que habitualmente está sin trabajo, no tiene un dólar en el bolsillo y debe hacer frente él solo, no solo al criminal, sino también a un poder establecido generalmente corrupto.
Aunque el detective o el policía siguen siendo el tipo de protagonista principal, aparecen novelas de crímenes narrados desde otros puntos de vista: a mediados de los años 50 Patricia Highsmith publica El talento de Mr. Ripley, la primera de una magnífica serie de novelas que narran las peripecias de Tom Ripley, un estafador que suplanta a las personas a las que asesina.
Aunque la novela negra sufrió una época de crisis en los años 60, desde los 80 hasta nuestros días han seguido apareciendo grandes figuras que han mantenido vivo el género: Julian Symons, PD. James, Ruth Rendell y más recientemente Henning Mankell, Fred Vargas, Andrea Camilleri o Donna Leon entre otros. En España también merecen especial mención Manuel Vázquez Montalbán, Francisco García Pavón, Juan Madrid y Andreu Martín, y más recientemente Lorenzo Silva o Alicia Giménez Bartlett.
BILIOTECA NACIONAL DE ESPAÑA
http://www.bne.es/es/Micrositios/Guias/novela_policiaca/Introduccion/
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